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lunes, 9 de julio de 2012

El control del tiempo.

Hubo una época en el mundo, totalmente desconocida para la gran mayoría de personas del planeta. No obstante, es tan remota y tan difícil de entender, que ni siquiera entre los que saben algo de ella hay concordia. Nadie sabe situarla en la línea histórica de nuestro planeta.
El caso es que todos tenemos conocimiento de rasgos característicos de ésa época, aunque apenas creamos que son invenciones de nuestra imaginación. Resulta que sí existieron lo que nosotros llamamos magos, las criaturas mitológicas tales como dragones inmensos, alados marinos y terrestres, orcos sombríos, elfos de los bosques, titanes, gigantes, hadas, arpías, enanos, fénix de colas flameantes, centauros poderosos, pegasos más grandes que cualquier caballo normal que hayas visto, y podríamos seguir hasta que no quedara una sola criatura mágica o no mágica, mitológica o no, por mencionar. Y entre la existencia de todos estos seres, la de los humanos era una de las menos influyentes, numerosas e importantes, porque el mundo fue creado para que todos lo disfrutasen, y los humanos eran potencialmente peligrosos para él. No obstante, había paz entre casi todas las razas, salvo las sombrías, como los titanes, orcos y demás.
Contra ellos se mantenía una continua lucha, ya que ellos anhelaban la destrucción, convertirlo todo en cenizas, matar, comer cadáveres y beber sangre. Pero este comportamiento no era posible tolerarlo, y por ello, desde que los bosques comenzaron a tener ninfas y los magos descubrieron su fuente de poder, desde que los elfos se volvieron diestros en el manejo de los arcos y adquirieron sus legendarias habilidades de sanación y observación; desde que los centauros comenzaron a entender la forja y los enanos el arte de esculpir en la roca viva, desde el comienzo de ésta época, se libraba una ferviente lucha contra los seres oscuros, pues así los habían clasificado. Y existían alianzas entre las razas puras, alianzas forjadas desde tiempos inmemorables, pero que se cumplían y se respetaban por todos.
Y como consecuencia de esas alianzas, se formó una red de formación entre los bastos países que poblaban el mundo. En esta formación se cuidaba de enseñar en el arte de la guerra, pero además, si se descubrían dotes mágicas en alguna criatura, se le dedicaba especial atención y su ritmo de enseñanza variaba. Esto se debía a que la magia era difícil de dominar, pues comprendía el entendimiento de muchas cosas, ya que su base era la nominación de los objetos, entes y demás, y para poder nominar, para poder llamar a algo por su nombre verdadero, primero tenías que poder descubrir cuál era éste, y para ello necesitabas recurrir a una fuente de poder que residía dentro de ti mismo. Unos tenían una fuente más poderosa, y por ello podían comprender los nombres antes que otros. Sin embargo, debido a la naturaleza de todos los cuerpos, no se podía establecer un contacto directo con el mundo que los rodeaba, por lo que por mucho que comprendieran y supieran el nombre de las cosas, éstas no les hacían caso a no ser de que aquel que las nombrara tuviera una brecha en su barrera natural contra el mundo: la piel. Por este motivo era fácil reconocer a aquellos magos que ya habían comenzado a entrenarse como tales, dado que unos extraños tatuajes recorrían sus pieles, de formas y colores distintos, algunos raros, otros intrigantes y  otros pocos, siniestros. Los magos utilizaban esos tatuajes como vía para conectar al mundo exterior con ellos mismos, y así poder doblegarlo a sus conocimientos.
Es aquí, en esta época tan mágica y extraña para nosotros donde se nos presenta  la historia de un muchacho y una muchacha que, nacidos en la pobreza y la humildad (pues también había de estas cosas en aquel mundo que parece tan distinto al nuestro), se hicieron famosos en todo el planeta y, no obstante, murieron antes de llegar a poder disfrutar de esa fama.
Mallumo era un elfo de un pueblo situado cerca de una de las grandes universidades, sitios donde educaban a aquellos que se convertían en magos. Su pueblo, grande para ser simplemente un pueblo, y pequeño para ser una ciudad, abastecía a uno de los cinco grandes cuarteles construidos hacía muchísimos años, en los comienzos mismos de la guerra. Allí preparaban toda clase de armas y armaduras, máquinas militares y artilugios ingeniosos. También hacían experimentos, para lo cual había áreas del edificio dedicadas estricta y únicamente a ello. El muchacho, curioso por naturaleza, se acercó un día a ese lugar de experimentación, donde ocurrió algo maravilloso y terrorífico a la vez. En uno de los experimentos, lo magos de más habilidad y conocimiento trataron de controlar el tiempo mediante la nominación. Para ello, habían dispuesto en un amplio círculo toda clase de artilugios que servían para medir el tiempo. Tres magos se hallaban en el centro, y ocho fuera. Todos a la vez se concentraron y enfocaron su mente hacía la idea de tiempo. Dado que todavía entonces el tiempo era algo muy relativo, cada uno tenía una idea distinta y a la vez parecida. Mallumo se quedó inmóvil ante tal escena. Los magos iban vestidos con túnicas negras que les caían hasta los tobillos, dándoles en ese momento un aspecto siniestro. Cuando el chico pensó esto, los magos, creyendo que ya tenían asimilado el nombre del tiempo, buscado desde distintos puntos de vista, proyectaron su magia a través de los numerosos tatuajes que adornaban su cuerpo, ocultos a la vista por las túnicas, excepto los que tenían en la cabeza. Éstos se iluminaron y de pronto los artilugios allí dispuestos vibraron. Hubo un gran centello y Mallumo se quedó cegado por un tiempo, en el cual algo lo golpeó. No era algo sólido, si no como una masa de aire caliente embravecida. Cayó de bruces sobre su espalda y se hizo una pequeña herida en la nuca, suficiente para que toda aquella magia que había salido desbordada del recinto se infiltrara en su cabeza, haciendo que ésta le doliera muchísimo, como nunca a nadie le volvería a doler jamás.
Nunca se supo con certeza lo qué había sucedido, pero pasaron los años y no se volvió a hablar sobre aquel incidente. La única represalia que se tomó fue eliminar el área de experimentación de aquella universidad, quedando otras tantas en el resto…
Por otro lado, paralelamente al accidente, en una aldea cerca de la frontera con un país invadido por los orcos más siniestros que había en aquel continente, un pueblo fue arrasado en busca de alimento. Murieron muchos jóvenes, muchos ancianos, se quemaron las casas, se perdieron las cosechas. Padre despojados de sus hijos, e hijos que habían quedado huérfanos huían. Entre ellos, una ninfa, de unos 13 años lloraba, llena de rabia, junto al cadáver de su madre. Cerca de ella, los orcos no paraban de gruñir, prendiéndole fuego a las casas y matando a todos los que podían. Uno de ellos, en su afanosa tarea de degollar a todos los que se cruzaba, hombres, elfos, ninfas o centauros que convivían en aquél pueblo, captó el llanto de la joven ninfa. En un trance como de éxtasis corrió hacia ella ignorando al resto de su grupo. Cuando Limyé se dio cuenta no sintió miedo, pues tal era la rabia que la poseía. Ni siquiera se movió de su sitio cuando el orco saltó desde lo lejos, abalanzándose sobre ella, y estaba totalmente serena cuando llamó a su magia, pues ya sabía como se nombraba a esas criaturas, dado que su padre, muerto hacía varios años, se lo había enseñado. Justo antes de que el orco bajara su brazo en una estocada feroz contra la indefensa ninfa, voló por los aires, hecho pedazos. La sangre fangosa de aquella criatura roció el rostro de la joven, que ya se concentraba en el resto de orcos que se le quedaron observando, antes de abalanzarse sobre ella también. Uno a uno, pese a que se acercaban rápidamente, iban cayendo. Algunos con los ojos reventados gemían, otros con chorros de sangre emanando de sus gargantas caían al suelo. Y Limyé no se movía de allí. No iba a ceder el cuerpo de su madre a aquellos engendros.
 Cuando acabó con todos ellos ya era tarde, casi todo el pueblo había caído. No se paró a pensar en que si hubiera actuado antes habría salvado a más gente. Lo único que hizo fue rebuscar entre los destrozos hasta que encontró una pala, cavó una tumba y enterró allí a su querida madre. Después se dirigió a la universidad más cercana, con la firme determinación de cambiar el rumbo de su vida, y con él, el de la guerra.
Muchos años después, Limyé ya había terminado su formación cuando se confirmó el rumor de que había alguien o algo estaba cambiando las cosas de ritmo. Durante su entrenamiento había oído noticias de la guerra, y de todo lo que acontecía alrededor de la universidad, pero eran las nuevas que llegaban del país vecino a veces, otras de otros más lejanos, y otras de su mismo país de residencia, las que más le llamaban la atención. Se había dicho que alguien había robado al rey una joya que sólo él sabía donde estaba justo cuando pensaba regalarla a su futura esposa, motivo por el que ella rompió el pacto de casarse con él. Poco después descubrió que ella estaba bajo el dominio de algún oscuro hechizo que podría haber dominado al monarca también. Pero eso no es lo más extraño, pues en numerosas ocasiones varios centinelas o exploradores cambiaban de rumbo en sus misiones, ya que se encontraban con caminos cortados o destrozos importantes que les impedían el paso hacía su destino. Destinos que más tarde se habían declarado sitiados por el enemigo, o en los que seguramente habrían encontrado a la muerte si los hubieran alcanzado. Nadie sabía qué era lo que pasaba, pero todos creían que había algo en el mundo, o ajeno a él que estaba ayudando al bando de los aliados en el curso de la guerra, y Limyé quería saber qué era.
Fue éste el motivo por el cuál se marchó de su universidad, después de siete años de instrucción, con más experiencia de la que la mayoría de magos tenían en aquel momento, y con una fuente de energía inaudita de la que ya se había informado al resto de universidades. Se dirigió al país cercano, y buscó y exploró por todas partes, mientras que a su alrededor, cada vez más frecuentemente, se iban localizando esos hechos extraños que parecían obra del destino. Fue en un tramo de un bosque, en una noche muy cerrada en la que apenas se veía nada, cuando se encontró de bruces con una horda de enemigos preparada para asaltar una aldea cercana. No se lo pensó mucho, era la más capacitada para enfrentarse a un par de centenares de orcos en solitario, si había alguien en ese mundo que lo pudiera hacer. Camuflada en la oscuridad, sus movimientos sigilosos parecían pasar desapercibidos por todos. Pero no era así, pues desde hacía un par de días, Mallumo había dado con ella, la maga más poderosa en la historia de la guerra y del planeta y de todas las cosas. La siguió cautelosamente hacia lo que parecía la campaña del capitán del batallón. Ella se escabulló dentro y él, a muchos pasos de distancia, contempló maravillado y expectante la escena. Se oyó un vigoroso gruñido que denotaba desesperación, y la tienda salió volando por los aires. Todos se dirigieron hacía allí, pero Mallumo ya se había centrado en pasar inadvertido, por lo que dejó de contemplar la escena para ponerse a salvo. Una vez que hubo alcanzado una posición segura, la situación le produjo un desasosiego que hacía casi una década no sentía, pese a que sabía a qué se iba a enfrentar. La chica se encontraba rodeada de esos seres asquerosos. Pese a que salían volando cabezas de los cuerpos más cercanos a ella, y que algunos de esos bichos se volvían contra sus propios compañeros, cada vez le quedaba menos espacio para moverse. No la notó cansada, ni siquiera preocupada, pero una arruga en el centro de su frente le llamó la atención. Fue entonces cuando decidió actuar. Desde que consiguió dominar los poderes que había obtenido por la casualidad más desastrosa  había decidido que no los emplearía para su propio beneficio. También se dijo que sería peligroso mostrárselos a alguien, pues siendo de la raza de los elfos, tenía muy inculcado que no debían compartir a la ligera sus conocimientos. No obstante, la ninfa era la mejor maga del continente, y salvarla sería una victoria para los aliados, pero se pondría de manifiesto ante una persona por primera vez en mucho tiempo, era un sacrificio que sabía que tenía que correr. No lo pensó más. Se puso de pie y salió corriendo hacía donde se concentraban los orcos. Se concentró, no buscando el nombre de nada, si no recordando su propio nombre. Cuando estuvo preparado, focalizó su magia, y esta obró maravillas. Distintamente al resto de los magos de este mundo, él no llamaba a las cosas, si no que se convertía en ellas. Se produjo una serie de mutilaciones en los brazos de las cuales no emanaba sangre, sino un líquido parecido al metal fundido del color del acero forjado. Se estaba esforzando más que de costumbre, y eso lo hizo sonreír. Siniestro. Se sentía siniestro.
Limyé miró en rededor. La cosa no pintaba nada bien. Había consumido mucha energía antes de abalanzarse a la tienda, y no lo había tenido en cuenta. Todo parecía estar perdido, cuando un reflejo metálico captó su atención. No podía despistarse, o moriría antes de que cerrar los ojos. Orcos tirados en el suelo creaban algo parecido a una barrera entre ella y el resto de sus enemigos. Primero en un lado y luego en el otro, cabezas de orcos saltaban por los aires. Sabía que era la manera más eficaz de eliminarlos. Pero de vez en cuando hacía que se pelearan entre ellos mismos, le divertía. De pronto una cabeza cayó a sus pies. La concentración le falló. Esa cabeza tenía restos de un líquido metálico en la base del cuello. No era obra suya. Un cuchillo, o una espada, no supo identificarlo le produjo un corte en el brazo, no profundo, pero bastó para que se centrara de nuevo eliminando a una veintena de orcos a la vez. Sus reservas se vieron seriamente afectadas.  En ese momento se volvió a centrar, pero no solo en matar, si no en buscar también. No le costó mucho encontrar el reflejo plateado que había visto antes. Un muchacho, o no, un hombre, o un ser demoníaco y siniestro se desdibujaba y volvía a tomar forma en medio de aquella matanza. De sus brazos salían algo parecido a látigos, pero de acero líquido que se lanzaban al cuello de sus enemigos como si tuvieran vida propia. No obstante lo que más le llamaba la atención eran sus ojos. Sobre un fondo negro como la noche más oscura brillaban unos puntos más dorados que el propio oro, y cada vez que el cuerpo de aquel ser se transformaba, la intensidad del brillo aumentaba para descender cuando adquiría de nuevo una forma sólida.  Entre los dos no tardaron mucho en deshacerse de los enemigos. Cuando al fin terminó la batalla, el chico adoptó la forma de un ser humano, normal y corriente, pero sus ojos, negros como azabache sostenían ahora un punto rojo intenso, del color de la sangre que no parecía tener en el resto del cuerpo. Se acercó a ella, y cuando la contemplo con un rostro iluminado, pero una mirada sombría y siniestra, algo dentro de ella estalló. Una holeada de calor, como hacía años que no sentía, recorrió su cuerpo en ese momento.
“Sé qué haces aquí, qué es lo que buscas y por qué lo buscas.” Su voz sonó profunda y entrecortada, como si llevara largo tiempo sin pronunciar palabra. Cambió su posición, se giro un poco hacia ella y un destello azul recorrió su mirada. “No tengo tiempo de contártelo todo, he decidido mostrarme. Yo soy el causante de todas esas noticias que te han llevado hasta aquí. Vi este momento hace unos días, y decidí seguirte. “
Ella se quedó perpleja. “¿Viste? “ su voz le parecía extraña. Como hechizada por algún embrujo desconocido para ella.
“Puedo ver el futuro y cambiar el pasado, en cierta medida, y, por tanto,  adelantarme a los pasos del enemigo. Por eso no murió el rey de tu país como estaba destinado, por eso no hemos perdido muchas más vidas de las necesarias desde hace unos cinco años, cuando al fin pude entender qué era lo que me había sido otorgado. No tenemos tiempo. También he visto lo que iba a pasar después de que nos encontráramos. El rey de los orcos está refugiado en el castillo que hay más allá de la linde del bosque. Tú sola no podrás hacer nada, y pese a mis habilidades… Yo solo tampoco. Si te impulsa tanto el deber como a mí, sígueme, y acabemos con todo esto de una vez por todas.” Sus palabras fueron firmes, no tuvo que decir nada más. Con la seguridad con la que habló lo seguiría al fin del mundo. Se miraron una sola vez a los ojos, profundamente. Ella entendió todo el dolor de la soledad que él sentía. Él supo de su sufrimiento por la pérdida. Juntos emprendieron el camino hacia su destino.
Lo que pasó aquella noche quedó registrado en todos los libros de historia que podríamos haber hallado en alguna de las bibliotecas de aquella extraña época. Dos personas, aparentemente tan débiles como el que más, se habían hecho cargo de destruir el palacio del rey enemigo. Murieron millones de orcos aquel día. Ella parecía tener la magia de todos los magos del planeta. Él parecía tener el conocimiento de todos los sabios del mundo. Juntos, magia y saber se apoderaron de las tinieblas, arrollaron el más sombrío arsenal de los enemigos de aquellos que luchaban por la luz. Todo quedó reducido a escombros. Nunca nadie supo de los extraños poderes del chico que acompañó a Limyé en la última gran batalla. No obstante, sus nombres fueron hallados en el prado donde las cenizas del campamento de los orcos todavía revoloteaban impulsadas por el suave viento.  Limyé símbolo de luz, junto con Mallumo representante de la oscuridad. 
Hombre Lobo.



El bosque estaba oscuro como boca de lobo. Los árboles, de ancho tronco y espeso follaje, no se distanciaban mucho unos de otros, tapando casi por completo la vista al cielo, no dejando entrar casi ningún rayo del sol decadente del atardecer avanzado. El suelo estaba cubierto de hojas, musgo y ramas secas. La muchacha que avanza rápidamente por él no se detenía a observar nada de lo que la rodeaba. Llevaba mucha prisa, ya que se le había hecho tarde, y pronto anochecería. Y todo el mundo sabía que aquel bosque no era seguro una vez entrada la noche. Una noche de luna llena…

La joven se había criado allí, sabía perfectamente dónde se encontraba y cómo orientarse para llegar a su hogar. Un ruido fuera de lo común que sacudió al bosque en una milésima de segundo la sacó de sus pensamientos.  Los pájaros levantaron el vuelo de los árboles, las ramas crujieron levemente, y ella, aligeró el paso aún más. Pensamientos oscuros comenzaron a rondarle la cabeza. Desde que era pequeña había oído extraños relatos de hombre que se perdían en el bosque en fechas muy señaladas y no volvían a ser vistos jamás. Y todavía seguía con estos pensamientos cuando un aullido terrorífico, proveniente de las montañas, volvió a sacudir la tierra. Se quedó helada por un momento, deteniendo su marcha, vaciando su mente. Se había quedado en blanco. No sabía qué hacer, cuando, por tercera ve, volvió a oírlo. Esta vez sonó mucho más cerca que antes. El sol ya se había ocultado, allá arriba, tras las hojas. No se lo pensó dos veces, echó a correr, aunque sabía que no era lo más acertado. 

Pensando rápidamente calculó cuánto podría quedarle para salir del bosque. No más de unos cinco minutos, si seguía corriendo así de rápido. El terreno empezó a declinar, hasta que al cabo de unos cuantos metros se convirtió en una pendiente descendiente.   Asustada como estaba, y rodeada de una oscuridad penetrante y casi absoluta no pudo advertir que una gran rama tirada en el suelo le cerraba el paso. Trastabilló con la rama y cayó de bruces contra el suelo. Un dolor punzante le vino de las rodillas y le nubló la vista por un momento. Justo entonces volvió a sonar. Lo notó tan cerca que le pareció percibir el aliento de aquello que lo había originado. Se apoyó sobre las manos, se levantó y echó a correr de nuevo en tan solo un momento. Corrió aún más rápido que antes, tanto que cuando llegó a un claro, la luz de la luna la cegó por completo. Volvió a caer, pero esta vez cayó sobre un lecho de musgo que amortiguó la caída en gran parte. Se sintió mareada, exhausta, y le temblaba el cuerpo. No paraba de mirar a todos lados, se sentía observada. Trató de recuperar el aliento y a la vez, se propuso serenarse un poco. No conseguiría nada si iba a caer cada dos por tres. Entonces, desde la maleza que rodeaba el claro vino un ruido. Nada que ver con los aullidos de antes, sonó como una rama que se parte bajo el peso de alguien o algo. Pese al miedo que sentía, buscó entre la oscuridad algo que le revelase qué había sido lo que le había llamado la atención.  Y justo entre dos árboles de grandes dimensiones creyó ver una sombra, muy oscura sobre la penumbra que reinaba en el interior del bosque. Desde la parte alta de la sombra, dos grandes ojos, dorados como el oro puro y fundido, la observaban atentamente. Su cuerpo se paralizó. Como si un hechizo la hubiera poseído, se le relajaron los músculos y su mente no pudo pensar más en el miedo o el terror. Una idea le había nacido en la mente. Tenía ganas de ser poseída. Notó cómo todo su cuerpo reaccionaba a aquel pensamiento, también lo deseaba. Desde donde se encontraba la sombra, surgió un gran crac, como si uno de los troncos se hubiera partido desde el centro mismo. Súbitamente, unas nubes habían aparecido en el cielo, cubriendo la luna, restando luminosidad al claro. El ambiente pareció cambiar. El aire fluía despacio y ligero, meciendo las ramas de los árboles que parecían tejer con sus sonidos una dulce canción que la estaba dejando todavía más relajada, alejada de la realidad. De las sombras del bosque surgió entonces un gran hombre, de ojos castaños, pelo  y piel oscura. Los ojos de la chica no daban crédito a lo que veían. Como si un ente misterioso hubiera oído sus últimos deseos carnales, un hombre, musculoso y totalmente desnudo había aparecido allí en medio del claro. Los músculos de sus piernas se marcaban bajo la piel morena de aquel ser. Los sentidos de ella se encontraban ebrios de emoción. No sabía lo que le pasaba. Ella nunca había estado con un chico de esa manera, y tampoco lo había deseado tanto como aquella noche. En verdad, estaba hechizada, por una magia tan ancestral y misteriosa de cuya existencia nadie sabía.

Nadie excepto los que eran como aquel individuo que poco a poco se acercaba a ella con un propósito en la mente y un anhelo en el corazón. Su extirpe se estaba extinguiendo, poco a poco los humanos comunes los estaban diezmando, dejando a su raza débil. Tenía que reproducirse. Tal era su propósito. Pero en lo más profundo de su corazón latía un amor profundo por aquella mujer que lo observaba desconcertada. La había amado desde niño, temiendo acercarse a ella por su condición de medio humano medio lobo. Pues eso era, un hombre lobo. Y pese a lo que todas las historias sobre estos seres cuentan, no todos los de su raza eran criaturas sanguinarias que asesinaban sin piedad y se comían a niños y niñas las noches de luna llena. Había algunos a los que les preocupaba tanto la vida de los suyos como la de los humanos que los rodeaban. Él procedía de una estirpe que se había aliado con los hombres normales en el pasado, con el fin de protegerlos de sus enemigos a cambio de que les proporcionaran seguridad. Y con el tiempo, los hombres habían fallado al pacto que sus ancestros habían pronunciado, les habían dado la espalda a los lobos y a sus amos, los hombres lobos, y los expulsaron de sus aldeas y pueblos. Desde entonces habían ido disminuyendo en número, pues rara vez podían reproducirse. Y ahora, bajo las órdenes de su líder, se había visto obligado a forzar a la mujer que amaba en realidad y profundamente para poder expandir su progenie.

Cuando estuvo a solo unos pasos de ella, sus ojos se encontraron. De ese encuentro salieron ráfagas de fuego en los corrientes sanguíneos de ambos. Tras un ligero titubeo por parte del hombre, se le acercó, tumbándose en el suelo, y ambos se entregaron el uno al otro. Ella, calmada y relajada, bajo los efectos del hechizo, gozó como nunca habría imaginado. Lo sintió dentro de ella, enloqueciendo de placer. Él, tenso por lo que sabía que estaba haciendo, se centró en no hacerle daño. De vez en cuando las nubes dejaban entrar algún rayo de luz, y alguna parte de su cuerpo mutaba levemente, dando lugar a unas garras, o llenando de pelo su espalda. No obstante, estuvieron el uno con el otro durante toda la noche, hasta que casi despuntó el alba. El bosque estaba tranquilo, como observando el placer y el afecto que dos personas podían expresar pese a ser unos desconocidos totalmente. Los búhos ululaban en las ramas de los olmos, los troncos de los robles crujían de vez en cuando. El viento no se movió por el resto de la noche. No cayó una sola hoja entonces. Las criaturas se alejaban del claro, asustadas por los gemidos que provenían de él. Y ellos dos, ajenos al resto del mundo, continuaban disfrutándose mutuamente. Sus pieles hacían un precioso contraste. Blanco sobre negro, oscuro sobre pálido, tenue junto a denso. La belleza aquella noche parecía tener amo y propietaria.  Y durante el tiempo que estuvieron juntos, como obedeciendo a una voluntad suprema, las nubes no dejaron que aquel episodio se viera afectado por la condición del hombre. 

Pero acabando ya la madrugada para dar comienzo al amanecer, como un escritor pone punto y final a un relato, el viento caprichoso se levantó en lo alto del cielo, desplazando las nubes, y dejando que la luz entrara de lleno al claro. El hombre lobo se contorsionó sobre sí mismo, como si todas sus entrañas hubieran sido oprimidas por un puño de acero, inflexible y sin moral ni sentimientos. Soltó un grave rugido y, majestuosamente dominado por sí mismo y no por su instinto, besó a la mujer que tenía al lado, desconcertada y, de pronto, temerosa. El beso los tranquilizó a los dos, pero la naturaleza de él lo llamaba para sí cada vez más fuerte, una naturaleza que ninguna voluntad podría burlar. En una milésima de segundo, apoyado sobre los brazos se impulsó en el suelo, y de un gran brinco penetró en la oscuridad del bosque, dejando tras de sí otro crac, un pellejo que se desvaneció nada más tocar el suelo, y una mujer desdichada de pronto por haber perdido al objeto de su deseo.  La magia que la había hecho sucumbir al deseo desapareció tan súbitamente que ella se entregó a la inconsciencia para huir de la profunda incertidumbre que le habría dominado la mente y durmió por largo tiempo.

Un golpe sordo la despertó después de un día entero. Se encontraba en casa, en su cuarto, y alguien llamaba a su puerta. Intentó incorporarse, pero sus músculos estaban agarrotados y no respondían a sus órdenes. Un hombre, de pelo cano y mirada preocupada traspuso la puerta. Entonces, viendo a su hija despierta, como si la mañana llegara a un corazón dominado por la noche durante muchísimo tiempo, su mirada comenzó a transmitir felicidad y sosiego. Ella se sintió agradecía, y desconcertada como estaba habló con su padre. Le contó lo que le había pasado, hasta el momento en el que entró en el claro, después de lo cual sólo había en su mente duda y desconcierto. Su padre la animó, y con el tiempo aquello fue olvidado.
No obstante, pasados unos meses, los signos de un embarazo llenaron la casa de nueva duda y desconcierto. La hija y el padre se extrañaron, y sin saber qué hacer, pues la madre estaba ausente en sus vidas desde hacía años, dejaron correr el tiempo, esperando a recibir a un recién nacido en la casa. Pues ambos eran de una bondad inigualable, y en sus mentes no cabía la posibilidad de negarle la vida a una criatura, aunque no supieran con certeza de dónde provenía. Sin embargo, la joven sentía miedo. Miedo de la sociedad que dominaba en el pueblo. Cuando iba por el mercado, o a hacer recados, la gente la miraba con desconcierto. Los cuchicheos surgían por donde pasara y las miradas cada vez se volvían más hostiles. Cierto día, estando la joven en un puesto de frutas, alguien que pasó por detrás de ella le rozó el brazo, en lo que a ella le pareció una caricia. Se giró rápidamente y vio una figura alta, de ancha espalda y pelo moreno. Éste se giró, como llamado por los ojos azul celeste de la chica, y cuando las miradas se cruzaron, un torrente de caricias, besos y amor le llegó a la chica a la mente. Para cuando la muchacha logró recobrar el sentido, el hombre había desparecido.  De todas formas, ella cría reconocer los ojos en un chico que llevaba muchísimo tiempo observándola. Al principio se había sentido acosada por él, pero hacía años que ese sentimiento había sido sustituido por una curiosa mezcla de intriga, capricho y afecto. Sabía que él la amaba, pero era un hombre lejos de sus posibilidades. Era viajante, y ella no podría esta con alguien como él, pues su padre la necesitaba. Por ese motivo, hacía años que, cada vez que el chico visitaba el pueblo, un fuego revivía en el corazón de la joven, y anhelaba estar con él, pero se reprimía. Su padre había vivido ajeno a todo esto. Quería a su hija y la apreciaba, y después de lo sucedido en el bosque no la volvió a enviar allí más.

La vida continuó su curso, y al cabo de nueve meses exactos después de la noche del bosque, la casa de la familia se llenó con los llantos de una criatura recién nacida. Una partera había ayudado en el parto a la joven. El padre había estado en todo momento junto a ella, muestra del apoyo que le ofrecía y del afecto que le tenía. Pero cuando el niño nació, una oscuridad siniestra cubrió las vidas de aquella casa. Aquel niño había nacido con el cuerpo totalmente cubierto de pelo negro, y unas pequeñas uñas puntiagudas y afiladas terminaban por acabar el aspecto terrorífico que tenía. Desde el bosque se había oído un aullido profundo y lejano, fuerte y lleno de melancolía. Todos, partera, el padre y la joven se asustaron.

Después del parto, la anciana mujer que ayudó a la joven chica, algo asustada por lo que había contemplado, se marchó, despidiéndose apresuradamente de la familia. Padre e hija se quedaron solos y fue entonces cuando ella le contó a su padre lo que había recordado aquel día, ahora lejano, en el mercado. De nuevo el temor se apoderó de la casa. No durmieron mucho aquella noche. El niño berreaba casi todo el tiempo. Desde aquel día, todo el pueblo miró con malos ojos a los tres miembros de aquella familia. Ésta intentaba vivir con total normalidad, pues el niño tomó forma de un niño normal y corriente al día siguiente del parto. Miembros pequeños y regordetes, el pelo oscuro, la piel pálida, y unos ojos maravillosos, del color del cielo, pero de un tono dorado cuando la luz incidía sobre ellos. Y cada mes después del parto, cuando la luna brillaba completa en le bóveda nocturna, el niño volvía a estar lleno de pelo y con garras en lugar de uñas, confirmando el temor del abuelo de aquella criatura y el de su madre, que vivía ahora llena de temor por él y por su padre, pues en el pueblo cada ve los trataban con mayor hostilidad.

Así pasó el tiempo, hasta que aquel niño cumplió diez años. Se habían mudado de pueblo, y eso no era todo, si no que el hombre que una noche tomó a la que ahora se había convertido en madre, y el mismo que la había hecho recordar en el mercado, ese mismo hombre que trabajaba con su propio padre constantemente viajando, se había presentado en la casa de la familia, y les había explicado lo que pasó. Les dijo qué era, y la familia no se asustó, les dijo qué había hecho, y la familia, llena de compasión por él, le había perdonado. Y la muchacha, llena de afecto hacia él, le había perdonado sinceramente y de corazón. Y entonces, cuando el niño sólo tenía un año, sus padres se casaron, y juntos, junto con el abuelo, se trasladaron a otro pueblo, más pequeño, junto a unas grandes montañas repletas de osos lobos, cubiertas por un bosque extenso y profundo. Lo hicieron así por la seguridad del niño, por la seguridad del padre de la criatura, para que tuviera dónde estar las noches de luna llena, y lo hiciera así por la seguridad del abuelo y su hija, porque si se hubieran quedado en su pueblo natal, tarde o temprano los habrían acosado tanto que incluso sus vidas estarían en peligro.

Bueno, después de un siglo sin publicar, decido mostraros los cuentos con los que participé en un concurso de mi universidad, la UMH, de cuyo fallo (resultado) no se nada todavía, cuando el plazo se ha pasado ya en casi dos semanas...
Espero que los disfrutéis y que al menos os gusten.
Un saludo.


miércoles, 7 de marzo de 2012

VOTAD POR FAVOR!
Mirad la columna de la derecha, ¿lo veis? Hay una encuesta esperándote. Solo tienes que leer lo que voy a poner a continuación y votar en la encuesta. Es muy importante, porque dependiendo de lo que los resultados me digan, publicaré semanalmente una historieta basada en este texto:


<<El elfo. Principio del prólogo.




El sol iluminaba el claro desde un ángulo muy agudo. Todo estaba perdido de sangre, y el olor a putrefacción inundó sus orificios nasales. El sudor, frío en contraste con la alta temperatura de su cuerpo, resbalaba por la frente y la espalda, dejando un brillante río morado marcado sobre la oscura piel de aquel individuo. Tenía los brazos ensangrentados. Cortes y pequeñas brechas llenaban el mapa de su piel. Le temblaban las rodillas... Casi no podía mantenerse en pié.


Habían pasado varias horas desde que llegó allí. Se encontró con mucho más de lo que pensaba. Más de una centena de hombres le estaban esperando. Con armaduras doradas y espadas de planta, esos hombres tenían un firme objetivo. Tenían una misión, y no debían fallar. Si ellos caían, si fracasaban, todo el equilibrio logrado tras años de duro trabajo, represiones y enfrentamientos se vería puesto en un aprieto. No obstante, él tenía su propósito aun más asumido que ellos. Había traicionado a su estirpe; había mentido a sus seres más allegados; había sufrido más que cualquiera de los de su especie; había arriesgado todo por "ese" propósito. No podía fallar ahora. No podía rendirse. Nadie podría pararlo. Su determinación, de ser palpable, habría hecho retroceder a todos aquellos hombres que lo miraban entre perplejos y desafiantes. En sus mentes no cabía pensar que un solo hombre pudiera estar dispuesto a enfrentarse al ejército que allí habían reunido. Sin embargo, su determinación no era palpable, y ellos no pudieron intuir lo que se les avecinaba...>>


No esperes más! Corre, a leer!

viernes, 24 de febrero de 2012

El club de los "The".


Me he dado cuenta de que últimamente todos los grupos que escucho comienzan con un "The".
Todos ellos son de Rock, o Rock-indie. Me gusta ese tipo de música:


The Strokes: Según los críticos, esta banda tiene mucha influencia setentera. Tocan Rock-indie y empezaron en 1998, aunque su primer disco no salió hasta 2001.


Tienen canciones muy variadas, tanto muy rockeras, como muy indie. El vocalista Julian Casablancas, fue enviado a Suiza, según dicen por mala conducta. Allí conoció a uno de los guitarristas, y al cabo de un tiempo formaron la banda. Me gusta decir que el estilo me suena a pasotismo, dado el deje que hay en la voz de Julian en algunas canciones, los videoclips... etc...
Aquí os dejo la canción que más me gusta del grupo, espero que la disfrutéis:

The bravery: Es un grupo de rock alternativo. Los encontré gracias a la banda sonora de la película: "La saga crepúsculo: Eclipse" en la que ponían su canción titulada "Ours". Comenzaron en 2003, fecha desde la cual han publicado tres albumes. Me gustan algunas de sus canciones, más que nada porque me identifico con la letra, y porque es rock.
Aquí os dejo una:

The runaways: Compuesto solo por chicas adolescentes, entre las que se encontraba Joan Jett. Sus orígenes se sitúan antes de 1975, y son algo oscuros, ya que algunos dicen que fueron producto de una intención comercial, a manos del productor Kim Fowley. No obstante, la filosofía de todas sus integrantes fue siempre el rock and roll. Me gusta más por la melodía. Me gustan las guitarras eléctricas, y en este tipo de grupos es en las que más se oyen. Por otra parte, me gustan las voces de sus vocalistas: Cherie Currie y Joan Jett.

Aquí os dejo una de sus canciones:


The hives: Este es el último de los "the" y es el primero que encontré. Escuche su canción "tick tick boom" en un anuncio de televisión y me encantó. Su estilo se llama "garage rock", se caracteriza porque el sonido de las guitarras no está bien definido. Me ecanta por su energía y sus voces... me incitan a hacer el loco.
Aquí os dejo "tick tick boom", por problemas técnicos, solo os puedo dejar el enlace, pero ya os digo que merece la pena verlo:
http://www.youtube.com/watch?v=1M02bAWDFkI&feature=BFa&list=AVGxdCwVVULXdtSNEOOE4-wp5tXcwZmP-w&lf=list_related

jueves, 23 de febrero de 2012


El elfo. Principio del prólogo.


El sol iluminaba el claro desde un ángulo muy agudo. Todo estaba perdido de sangre, y el olor a putrefacción inundó sus orificios nasales. El sudor, frío en contraste con la alta temperatura de su cuerpo, resbalaba por la frente y la espalda, dejando un brillante río morado marcado sobre la oscura piel de aquel individuo. Tenía los brazos ensangrentados. Cortes y pequeñas brechas llenaban el mapa de su piel. Le temblaban las rodillas... Casi no podía mantenerse en pié.

Habían pasado varias horas desde que llegó allí. Se encontró con mucho más de lo que pensaba. Más de una centena de hombres le estaban esperando. Con armaduras doradas y espadas de planta, esos hombres tenían un firme objetivo. Tenían una misión, y no debían fallar. Si ellos caían, si fracasaban, todo el equilibrio logrado tras años de duro trabajo, represiones y enfrentamientos se vería puesto en un aprieto. No obstante, él tenía su propósito aun más asumido que ellos. Había traicionado a su estirpe; había mentido a sus seres más allegados; había sufrido más que cualquiera de los de su especie; había arriesgado todo por "ese" propósito. No podía fallar ahora. No podía rendirse. Nadie podría pararlo. Su determinación, de ser palpable, habría hecho retroceder a todos aquellos hombres que lo miraban entre perplejos y desafiantes. En sus mentes no cabía pensar que un solo hombre pudiera estar dispuesto a enfrentarse al ejército que allí habían reunido. Sin embargo, su determinación no era palpable, y ellos no pudieron intuir lo que se les avecinaba...

martes, 21 de febrero de 2012

Bueno gente. A publicar.

El otro día me entero gracias a face* que Trudi Canavan ya había sacado la precuela de la que pude ser su trilogía más famosa: "Crónicas del mago negro". "La Maga" se publicó en el año 2009 en inglés. Y no fue hasta el 9 de este mes cuando por fin llegó a España.

Se supone que está ambientada siglos antes de la historia misma de Sonea, la protagonista de las crónicas. En este nuevo título, ocurren los impactantes sucesos que dejan el país de la muchacha en el estado en el que nos lo describe Trudi en la trilogía... unas relaciones tensas con el país vecino; temor por lo que los miembros del gremio denominan "magia negra"...

No hay más que agregar. Una nueva historia que nos dejará más claro algunos hechos de la trilogía, al que la hayamos leído; y, por otro lado, que encantará a aquellos que les guste la literatura fantástica, dejándoles con las ganas de poder continuar con "Las crónicas del mago negro".




domingo, 19 de febrero de 2012

Cuento breve:  "La primera batalla"



El ruido era tan estridente que no podría oír a un gato maullar a mis pies. El sol pegaba fuerte en lo más alto del cielo, abrasando la piel de aquel que se atreviera a posarse bajo sus rayos, que en ése momento éramos todos. Mirara adonde mirara solo se veían destellos, producto de los reflejos del sol en las armaduras, espadas, escudos, lanzas, flechas, hachas… De todas las batallas que había presenciado en mi vida, esa era la que más estaba sufriendo. Me encontraba en medio de una contienda letal, el lugar menos apropiado para alguien que ama a la vida tanto como lo hago.
Empezábamos a ceder terreno, pronto se declararía la retirada, y eso haría que el enemigo se creciera y, finalmente, nos derrotara por completo, y no podíamos consentirlo, puesto que en esta batalla se sorteaba nuestro destino y el de los nuestros. Era tan imprescindible esta victoria que de perder, tendríamos que huir a otra tierra, eso en caso de que nos diera tiempo a escapar. Los Thures eran famosos por su gran capacidad para cazar a sus enemigos, cuando éstos se daban a la fuga, pero en batalla cuerpo a cuerpo eran lentos, torpes y débiles, sin embargo, su número era casi el triple que el nuestro, se reproducen como ratas, son apestosos, y eso también juega a su favor en un día como ese, puesto que el pudor era insoportable. Su líder es desconocido por todos nosotros, los hombres y mujeres del norte. A pesar de ello, en el sur sí lo conocen, y nos dirigíamos allí para unir fuerzas con los habitantes de esa zona, cuando por sorpresa nos cortaron el paso.


No lo había visto desde que nos atacaron por el este, nos habíamos separado y no tenía ni idea de donde podría estar. Lo estaba pasando muy mal, nunca había luchado bajo estas condiciones ambientales, y me estaba que dando sin fuerzas, no había un solo árbol en todo el valle, hacía mucho que se desecó el río y, desde entonces, habían ido desapareciendo poco a poco hasta que no quedó ni uno. Y por si fuera poco, los carros con las provisiones habían sido destruidos, “como ellos no necesitan comer en dos o tres días…”, pensé. La cosa iba mal y yo no daba con él. Decidí moverme hacia el lado este, en contra de la corriente de thures que se nos venían encima. Con mi espada en la mano y la lanza en la otra, me adentré en el mar de bestias que nos empujaban. Fienir estaba por detrás de mí, y con un silbido le indiqué que me siguiera, me era necesario un pequeño apoyo para atravesarlos. Fue arduo y muy temerario, y además nos costó muchísimo llegar al vado del este. Pero no podía seguir sin saber nada de él. Y sin embargo, tras el esfuerzo, ninguno de los nuestros recordaba haberle visto desde que pasó la mitad de la mañana. Empezaba a preocuparme. A preocuparme por si estaba bien, a preocuparme por si no lo volvería a ver, a preocuparme por nuestra suerte, a preocuparme por la suerte de los nuestros, a preocuparme por… Cuando me di cuenta no pude creerlo. A lo lejos, en el horizonte atravesado por una cresta abrupta, peligrosa y muy escarpada, puede vislumbrar una figura demasiado familiar que se movía ágilmente, dando saltos entre rocas y rocas, dejándose caer para llegar a otras superficies y que de vez en cuando desaparecía detrás de algún peñasco. Lo que realmente me preocupaba es que llevaba detrás de sí una ristra de enemigos que le pisaban los talones. No dudé un segundo, giré en torno a mí misma y, fijándome en todo lo que veía, pude encontrar lo que buscaba. Me costó varios minutos llegar, abriéndome paso a través de los enemigos, adonde estaban unos de nuestros mejores arqueros. Los liberé de sus combatientes junto con Fienir, y les pedí que me siguieran hasta donde me dirigía.
Tras una dura lucha a favor de la misma corriente que antes se interponía en mi camino, conseguí llegar al lado de un despunte del terreno, constituido por varias rocas del tamaño de caballos, apiladas por la naturaleza unas junto a otras elevándose sobre el nivel del resto del valle; ese era el mejor lugar desde el cual podríamos disparar a sus perseguidores. Tras indicarles el objetivo, pedí a Fienir que les ayudara y, justo después, me dirigí yo misma hacia aquella cresta.


Logré enfilar la cresta más escarpada con el fin de conseguir una buena posición desde donde poder distinguir mi objetivo. Mi intención era encontrar a su líder. El terreno era muy abrupto, tan inclinado que si me descuidaba tan solo un segundo caería sobre un lecho de rocas tan afiladas que podrían dejarme hecho picadillo. Todavía no había empezado a trepar, cuando me percaté de unos murmullos por encima del estruendo de la batalla. Al girarme, me di cuenta de que me perseguían unos pocos de esos horrendos bichos; ¿sabrían a dónde me dirigía o se movían por el instinto de caza del que ya hablé? No sabíamos mucho del enemigo, y menos si eran inteligentes como para poder llegar a suponer lo primero, pero si era lo segundo, si realmente querían darme caza movidos por su naturaleza, estaba muy jodido. Tuve que acelerar el paso en la medida de lo posible, no se me daba mal lo de escalar y trepar, y el aliciente de salvar el pellejo era todo un estimulante, aún así ese terreno era odioso. Había piedras sueltas, muchas de ellas afiladas, partes tan abruptas que si hubiera soplado un poco de viento me habría tumbado, mas ese día ni el viento soplaba. Fue la peor escalada de mi vida. De vez en cuando oía, cada vez mejor, los gruñidos de esas bestias que me perseguían, cuando se resbalaban. La batalla se estaba quedando muy abajo y yo tenía todavía un largo camino, aún así, intenté observar cada poco para ver si veía algo que me interesara. Pero la mayor parte de mi cabeza estaba ahora en mis pies, que serían los responsables de que yo siguiera con vida o no.
Tras varios minutos, logré llegar a un buen saliente y, además, con bastante anticipación respecto a los thures que me seguían. Vi un recodo en el que me podría ocultar y así lo hice. Un momento más tarde llegaron allí. Puede oírlos hablar, si es que hablan, en gruñidos, supongo que discrepando sobre adónde habría ido. Eran seis, asquerosos, voluminosos, llevaban consigo un pudor tan pestilente que cuando llegó a mí casi me desmayo, evitando ser descubierto al sujetarme a unas rocas. Siguieron bramando durante varios minutos, hasta que un par de ellos se acercaron demasiado hacia el recoveco donde me encontraba. Sin pensármelo dos veces, estiré mi brazo un poco, con mi mano derecha señalándolos, hice aparecer mi espada, más ancha que una pierna y lo suficiente larga para propinarles el empujón necesario para que cayeran al precipicio. Los otros cuatro se percataron de mi presencia tan pronto como apareció Taheo-mi espada-, y tras encargarme de los dos que tenía más cerca, fui a por ellos. Después de esquivar un par de estocadas conseguí abatir a dos de ellos. La lucha fue más duradera con los restantes y, gracias al sol que brillaba tan intensamente, logré atisbar un destello a mi espalda por el que supe que había más de ellos detrás de mí. Se acercaban a paso ligero, así que me liberé del último thure y escapé como pude.
La situación había empeorado y estaba en serios problemas, corriendo sin mirar atrás y apretando el paso cada vez que podía. Arriesgué en varios saltos y pude ganar algo de ventaja. Ya a lo lejos podía ver el final de la cresta. Salté a una roca que había a mi derecha, trepé por una hilera de pequeñas rocas y de un salto me coloqué en lo que podría llamarse la recta final. Para cuando llegué a la terminación del penacho me giré e hice frente a lo que me perseguía. Eran muchos más que antes y el espacio reducido y a mi espalda, un gran precipicio. Casi automáticamente, sin tener que pensarlo, Taheo apareció y me preparé para la lucha. Venían hacia mí dando saltos tanto o más ligeros que los míos, de forma semiautomática, como si estuviera en su naturaleza correr por terrenos similares a ésos. Los que iban delante se estaban alterando, debido a que estaban cada vez más cerca de mí. No me quedó otra alternativa que salir a su encuentro, pues si los esperaba allí mismo corría el riesgo de caer al abismo. Cuando me di cuenta, ya los tenía encima.


Los pulmones me ardían, sentía un escozor incandescente en mi garganta, tenía los músculos de las piernas entumecidos y los brazos llenos de arañazos. El sudor cayendo por mi frente me cegaba cada dos por tres y cada vez había más condensación de personas y monstruos. Ya había perdido la lanza, así que hice aparecer mi segunda espada y estocada tras estocada me habría paso hacia mi objetivo. Justamente cuando alcé la cabeza para situarlo, vi como las flechas de los arqueros derribaban a unos pocos thures que empezaban a llegar a donde se encontraba él, que se defendía como podía en lo alto del penacho, al borde del abismo. Esta situación revivió mis ansias por llegar hasta él, así que tome fuerzas de la nada y continué cargando con más braveza que nunca contra aquellos que amenazaban nuestra paz.
Conseguí llegar a un punto más claro que el resto del terreno. Y desde ahí comencé a trepar verticalmente hasta la cima de la cresta. Así sería un blanco fácil para los arqueros enemigos, si los hubiera, pues si algo teníamos a nuestro favor era que habíamos acabado con los arqueros desde el principio debido a nuestra supremacía y letalidad en el ataque de largo alcance. Aun así, me costaba mucho seguir hacia arriba. Cada vez la subida era más adusta, no pensaba con claridad suficiente en mis movimientos y en más de una ocasión me llevé algún susto. El sudor me resbalaba por la cara y, en las manos, hacía que me resultara más difícil sujetarme con seguridad. Para cuando llevaba medio tramo, ya me había quitado la cota de malla que recubría mis piernas en un resalto sobre el que pude apoyarme, y la capa se me había desgajado. Tuve tiempo incluso para mirar hacia atrás y observé cómo seguían comiéndonos terreno. Nuestras tropas, cada vez más replegadas, empezaban a flaquear en fuerzas, y la resistencia estaba cediendo desde hacía ya mucho. No teníamos mucha esperanza. Agité la cabeza rápidamente para sacudirme esos pensamientos y me centré en mi escalada otra vez, ya me quedaba muy poco para llegar arriba.
Al alcanzar la cima de la cresta y, tras tomar una gran bocanada de aire, miré a mí alrededor y me quede perpleja. No había nada allí arriba, ni espadas, ni cuerpos, ni señales de batalla alguna. Los pensamientos empezaron a acumulárseme en la cabeza, todos de golpe, y me asusté de mí misma. Tenía miedo, miedo de todo. Pero como una luz en medio de la oscuridad, un reflejo captó mi atención. Al observar más detenidamente vi, tras unas rocas, unas espadas tiradas por el suelo y manchadas de sangre. Corrí hacia ellas y fue entonces cuando oí los ruidos provocados por el choque de las espadas. Miré hacia abajo y sobre una piedra extensa, cerca del final de la cresta, estaba él. Diez thures le presionaban, empujándolo cada vez más hacia el abismo. No tenía escapatoria y pronto caería si nada cambiaba la situación. Me armé de valor y, dando un salto decidido hacía las rocas, hice aparecer mis armas. Lo salvaría o moriría en el intento.
Caí tan cerca de uno de los monstruos que casi me desplomo debido a su pudor. Hice de tripas corazón, lo ensarté por la espalda, me liberé del cuerpo moribundo y encaré a otro. Para entonces ya tenía a varios pendientes de mí, lo que a él le daba un respiro. A partir de ese momento empezamos una lucha sangrienta, en la que estaba en juego mucho más de lo que yo pensaba.


Mis piernas, tan ateridas como estaban, ya no podían sostenerme. Mis brazos, débiles por el cansancio, comenzaban a ceder frente a sus golpes. Estaba rodeado, delante tenía a diez engendros sedientos de muerte; detrás, una caída libre que asustaría hasta al más valeroso caballero de la estirpe del rey. Intentaban presionarme para que cayera, esa había sido su estrategia desde el principio o, al menos, eso parecía. Comenzaron a atacarme tan pronto como me tuvieron al alcance. Tras acabar con una tercera parte de ellos poco a poco habían conseguido que retrocediera hasta tenerme entre la espada y el abismo. Al parecer, ellos no estaban tan cansados como yo, y podía notarlo en su cara, si es que se les podía decir así. Me miraban desde unos ojos rojos, endemoniados, en los que se percibía el mal en sí mismo. Eran criaturas casi desconocidas para nosotros desde que llegaron a nuestra tierra, momento en el que empezaron a atacar desordenadamente a algunos pueblos. Nos habían ido atemorizando y habían conseguido ponerles la piel de gallina a los gobernadores de la mayoría de aldeas. Decididos a acabar con ellos, se convocó un consejo extraordinario, en el que decidieron ir a la guerra, pero antes de que terminara dicha reunión, un mensajero del sur llegó, y tras advertirles de la disposición del sur a colaborar, decidieron que marcharíamos allí. Así que aquí nos tenéis, luchando tras ser emboscados, perdiendo casi desde el principio por inferioridad numérica y, para entonces, al filo de la muerte.
Todo parecía perdido, la desesperanza se empezaba a hacer presente entre los hombres y mujeres del norte y yo, solo en una cresta, batiéndome contra diez thures, estaba a punto de rendirme. Y en esa situación llegó a mi cabeza su imagen, tan clara como si la estuviera viendo en persona. Su piel blanca como la nieve recién caída de una nevada suave, sus cabellos castaños, lisos y deslumbrantes, toda ella frente a mí, cautivándome como la primera vez. Sentía un dolor profundo en el pecho que me hería hasta el alma, no la volvería a ver. No quería aceptarlo, pero estaba perdido. Iba a morir tarde o temprano y sería decepcionante para mis hombres, que tanto me había costado animar para la batalla, a los que tanto apreciaba. Mis guerreros y guerreras, tan valientes o incluso más que su capitán, y éste iba a morir por una caída vertiginosa. Y ellos lo harían casi sin duda, más tarde o más temprano. Todo estaba perdido. Habíamos sido unos ilusos al pensar que podríamos con ellos. Incluso con ayuda de los sureños, a un ejército tan numeroso es muy difícil vencerle.
Los brazos no aguantarían una sola estocada más, mis piernas flaquearon y, justo tras evitar un golpe certero, resbalé. Fue entonces que todo pareció cobrar sentido de nuevo. Como un ángel, apareció de la nada, cayó detrás de ellos y acabó con uno antes de que me diera tiempo a pensar en dónde me agarraría. Fue tal la alegría que brotó de mi interior, que las fuerzas resurgieron como resurge la naturaleza tras el invierno, solo que millones de veces más rápido. Me sentía vivo después de todo, y comencé a luchar como nunca hasta entonces.
Nos llevó largo rato acabar con todos ellos, pero juntos éramos prácticamente invencibles, al menos por tan pocos rivales. De vez en cuando, durante algunos giros, o tras bloquear algunas estocadas, nuestras miradas se encontraban, y sus ojos brillaban tanto o más que el sol, en lo alto de la bóveda celeste, incandescente y abrasador. Me inspiraban confianza y expresaban la alegría que sentía de volver a verme, tanta como la mía. Pronto llegó la hora del sufrimiento tras esa pausa, si así se puede nombrar, que reparó mis fuerzas y diezmó mi desesperanza. Una vez que acabamos con ellos no tuvimos tiempo ni siquiera para dedicarnos una palabra. Sonó un cuerno en lo bajo del valle, cuyo reclamo llegó hasta nuestros oídos e hizo temblar hasta nuestros huesos. Era el sonido de la derrota. Era el toque de retirada.                                                                              

No podía creerlo, tras tanto tiempo resistiendo mi cabeza no daba crédito a lo que había escuchado, a lo que todavía resonaba dentro de mi mente. Habíamos perdido. Todo por lo que habíamos luchado estaría ahora a su merced. No podía seguir allí arriba, tenía que bajar a como diera lugar, y cuanto antes. Me giré, y contemplé el rostro de aquella persona que más se había resistido a perecer. De la persona que había logrado que el pueblo siguiera la causa, que todos estuviéramos unidos en el peor de los momentos de nuestra historia. El hombre que más perjudicado saldría por esto. Sus rasgos expresaban la derrota. La luz del sol iluminaba un rostro oscurecido por la pena. Hacía que sus arrugas fugaces por su expresión fueran aun más profundas. Le brillaba la piel castaña, sobre la que comenzaron a aparecer sombras. Al mismo tiempo me percaté de que la luz del sol en mi cara también desaparecía de forma intermitente. Levantó la cabeza hacía el cielo, y yo hice lo contrario. Observé el campo de la batalla, surcado por sombras inmensas. Todos dirigieron la mirada hacia el cielo, y yo los imité, no antes de volver a mirarlo a él, cuyas facciones se había tornado de alegría. No comprendí lo que pasaba hasta que no contemplé el cielo. En un mar azul, sin nubes, y con el sol culminando en lo más alto, navegaban unos animales inmensos, ligeros como las plumas, recubiertos de un metal que de vez en cuando proyectaba los rayos del sol sobre nuestras caras. Entonces lo comprendí.
No habíamos perdido. Todo estaba aún por decidirse. Llegaron los refuerzos de mano de los dragones, bajo el mando de un viejo amigo de mi familia al que él conocía muy bien. Vhalen nos había encontrado y con él traía a todo un ejército de dragones alados, sus bestias favoritas; unos animales formidables. Pronto descendieron por el oeste, y comenzaron su devastadora acometida. Todo parecía cambiar de sentido. Nuestros hombres, abajo, saltaban y vitoreaban. Bautizaron a su salvador como Vhalen, “Alado del Oeste” y comenzaron a gritar su nuevo apodo a la par que iniciaron una embestida letal desde el lado oeste, dejando al enemigo entre unas bestias furiosas y unos hombres rabiosos.
Y él seguía a mi lado. Me giré y, posándole una mano el la mejilla, torné su rostro hacía mí. Me dedicó una mirada que jamás olvidaré, por lo cargada de significado que estaba, por lo inmensamente gratificante que fue. Abrí la boca lentamente, y de ella surgió un susurro en medio de la fogosidad de nuestros compatriotas: “Mithroln”.


Me giró la cara en medio del momento más feliz de mi vida, aunque no sería el último. Susurró mi nombre en medio del bullicio que formaron nuestros amigos, familiares y compañeros. Sentí la misma conmoción que ella y no tuve más que añadir, con un susurro, su nombre: Elizabeth.

Nos acercamos poco a poco y nos besamos con la mayor pasión y euforia hasta el momento. Ese momento que significó el comienzo de la libertad para muchos de nosotros.

Ya se que no es nada nuevo, pero es la primera crítica que hice a un libro. Además, a un libro muy importante para mí. Así que he decidido estrenar el blog con ella. 


Critica a "Harry Potter y Las Reliquias de la Muerte".



Salamandra. 2008. Título original: Harry Potter and the Deathly Hollows. Traducción: Gemma Rovira Ortega. 636 páginas.


Lanzado a la venta el 21 de Junio de 2007 en Reino Unido u Estados Unidos, batió el record de ventas, con 11 millones de copias en su primer día, convirtiéndose en el libro más rápidamente agotado de todos los tiempos. La saga se editó, en un principio, dirigida al público infantil, pero ha gustado a todos, siendo leído por adultos, jóvenes y niños, recibiendo premios del estilo Premio Whitbread de Libro Infantil, otorgado en el año 2000 al tercer libro de la saga, Harry Potter y el prisionero de Azkaban, o el premio al Mejor Libro del año2006, concedido en este caso al sexto libro, Harry Potter y el misterio del príncipe.

La autora de este fantástico mundo de magia, Joanne Rowling, que escribe bajo el seudónimo de J. K. Rowling y que llegó a la fama por escribir la serie de libros de Harry Potter, es igualmente famosa por haber pasado de ser humilde a ser multimillonaria en sólo cinco años. Ha recibido varios títulos honoríficos de varias universidades, y en 2008, le fue otorgada en Francia, a manos del presidente Nicolás Sarkozy, la insignia de caballero de la Legión de Honor.

En este último libro de la saga, se descubren a bastantes personajes necesarios para completar el contenido de la novela, al igual que se destacan complots entre personajes como “Severus Snape”, de quien no se esperaban las acciones que en este libro se narran. También se resucita al Ejército de Dumbledore, creado en el quinto curso en la escuela de Magia y Hechicería, Howarts, que coincide con el quinto libro. Se rompe totalmente el esquema seguido por Rowling hasta esta entrega, en el cual, aunque la historia vuelve a comenzar en la casa de los Dursley, no continua desarrollándose en el castillo. Aún así, este lugar representa un punto clave en la historia, pues se convierte en el “centro de operaciones” de los “malos” y, sobre todo, en él se desarrolla la esperada batalla entre Harry y Lord Voldemort.

También juegan un papel importante Ron y Hermione, ya que ambos constituyen el principal punto de apoyo para Harry, tras la dolorosa muerte del director de Howarts, Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore, el cual les dejó a los tres varios objetos que resultaran ser cruciales tanto en los planes que llevan a cabo los jóvenes –ya que sin ellos no habrían llegado hasta las reliquias ( ni obtenido ninguna de ellas)-, como en los de “El-que-no-debe-ser-nombrado”, que esta encaprichado de la Varita de Saúco, La Vara Letal, aquélla que, según nos cuenta Rowling a través de sus personajes, es invencible y sobre la cual deposita Voldemort todas sus esperanzas de acabar con Harry. Pero, al final, seguro de poseerla, se da cuenta de varios hechos que excitadamente le desvela Harry cuando están cara a cara, quien no las habría comprendido sin haber hablado con ciertas personas, como Xenophilus Lovewood, o el fabricante de varitas, el señor Ollivander.

En esta ocasión, la misión de los tres amigos es encontrar, reunir y destruir los Horrocruxes que creó Voldemort y que le mantienen atado a la vida a pesar de que muera físicamente. Para ello, emprenden un continuo viaje, durante el cual visitaran lugares conocidos en anteriores novelas, como el banco de Gringotts, para el cual se han ido preparando a lo largo del anterior curso, expuestos a graves peligros, no sólo a causa de ser perseguidos continuamente por mortífagos, también son originados por otras dificultades que les harán más difícil llevar a cabo su misión.

De los nuevos personajes que aparecen –no todos de forma activa, puesto que a algunos de ellos sólo se les resucita en adulaciones históricas que se narran durante la novela. Entre éstos, aparece un amigo de juventud de Dumbledore, Grindelwald, que, a su vez, se convirtió en una amenaza tanto para la comunidad mágica como para la muggle o no mágica. Además, se alude a toda la familia del director, pero Aberforth, el hermano menor, aparece de forma activa, prestando ayuda a los jóvenes magos para entrar en el castillo.

Esta última entrega de Harry Potter se me ha hecho fácil de leer, ya que soy un fanático de esta saga, aunque admito que hay tramos pesados, pero en general, entre la satisfacción que da comprender cosas tratadas en libros anteriores gracias a las aclaraciones expresadas en este volumen y el fanatismo que tengo por al novela, la lectura de este libro se ha convertido en un agradable pasatiempo.

Este libro le puede gustar a cualquiera de los seguidores de la saga, aunque en Internet circulan afirmaciones de que es pésimo, y a otros les ha decepcionado, según dicen en blogs y foros. Por mi parte, eso es imposible. Además, recomiendo a algún atrevido o atrevida se aventurase a leerlo sin haber hecho antes lo propio con el volumen precedente a este que no lo haga, pues resulta más gratificante si conoces la historia desde un principio, aunque claro, siempre esta la opción de ver la película, pero no es tan bonito, y se saltan cosas, a su punto de vista no importantes, pero curiosas e interesantes.   
Muy buenas tardes a todos. Soy un chico de 19 años, casi, que quiere dar al mundo su opinión sobre temas culturales. Sobre todo respecto a la lectura, al cine, y a algo de música.
Sé que en esta era de la información, en la que este internet juega un papel esencial, muchos estaréis hartos de ver web, blogs y demás en los que se hacen reseñas de películas, libros, etc... Pero bueno. En la edad media estaría hartos de ver caballeros andantes, o juglares. En la edad de hielo estarían hartos de ver a tipos que vendían las mejores pieles... Lo que quiero decir es que en cada época, lo que toca. Y en esta... pues bueno, el mundo de la cultura se está sobrestimando a la vez que menospreciando. Todo el mundo va al cine... todo el mundo lee, todo el mundo escucha música...

Hay una sobreexposición. Que no digo que esté mal, pero se puede acabar perdiendo el "buen gusto" por todos estos temas..

Con  mucho que poner por delante. Aquí os dejo una pequeña introducción a este blog que espero sea útil a much@s...

Saludos!