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lunes, 9 de julio de 2012

El control del tiempo.

Hubo una época en el mundo, totalmente desconocida para la gran mayoría de personas del planeta. No obstante, es tan remota y tan difícil de entender, que ni siquiera entre los que saben algo de ella hay concordia. Nadie sabe situarla en la línea histórica de nuestro planeta.
El caso es que todos tenemos conocimiento de rasgos característicos de ésa época, aunque apenas creamos que son invenciones de nuestra imaginación. Resulta que sí existieron lo que nosotros llamamos magos, las criaturas mitológicas tales como dragones inmensos, alados marinos y terrestres, orcos sombríos, elfos de los bosques, titanes, gigantes, hadas, arpías, enanos, fénix de colas flameantes, centauros poderosos, pegasos más grandes que cualquier caballo normal que hayas visto, y podríamos seguir hasta que no quedara una sola criatura mágica o no mágica, mitológica o no, por mencionar. Y entre la existencia de todos estos seres, la de los humanos era una de las menos influyentes, numerosas e importantes, porque el mundo fue creado para que todos lo disfrutasen, y los humanos eran potencialmente peligrosos para él. No obstante, había paz entre casi todas las razas, salvo las sombrías, como los titanes, orcos y demás.
Contra ellos se mantenía una continua lucha, ya que ellos anhelaban la destrucción, convertirlo todo en cenizas, matar, comer cadáveres y beber sangre. Pero este comportamiento no era posible tolerarlo, y por ello, desde que los bosques comenzaron a tener ninfas y los magos descubrieron su fuente de poder, desde que los elfos se volvieron diestros en el manejo de los arcos y adquirieron sus legendarias habilidades de sanación y observación; desde que los centauros comenzaron a entender la forja y los enanos el arte de esculpir en la roca viva, desde el comienzo de ésta época, se libraba una ferviente lucha contra los seres oscuros, pues así los habían clasificado. Y existían alianzas entre las razas puras, alianzas forjadas desde tiempos inmemorables, pero que se cumplían y se respetaban por todos.
Y como consecuencia de esas alianzas, se formó una red de formación entre los bastos países que poblaban el mundo. En esta formación se cuidaba de enseñar en el arte de la guerra, pero además, si se descubrían dotes mágicas en alguna criatura, se le dedicaba especial atención y su ritmo de enseñanza variaba. Esto se debía a que la magia era difícil de dominar, pues comprendía el entendimiento de muchas cosas, ya que su base era la nominación de los objetos, entes y demás, y para poder nominar, para poder llamar a algo por su nombre verdadero, primero tenías que poder descubrir cuál era éste, y para ello necesitabas recurrir a una fuente de poder que residía dentro de ti mismo. Unos tenían una fuente más poderosa, y por ello podían comprender los nombres antes que otros. Sin embargo, debido a la naturaleza de todos los cuerpos, no se podía establecer un contacto directo con el mundo que los rodeaba, por lo que por mucho que comprendieran y supieran el nombre de las cosas, éstas no les hacían caso a no ser de que aquel que las nombrara tuviera una brecha en su barrera natural contra el mundo: la piel. Por este motivo era fácil reconocer a aquellos magos que ya habían comenzado a entrenarse como tales, dado que unos extraños tatuajes recorrían sus pieles, de formas y colores distintos, algunos raros, otros intrigantes y  otros pocos, siniestros. Los magos utilizaban esos tatuajes como vía para conectar al mundo exterior con ellos mismos, y así poder doblegarlo a sus conocimientos.
Es aquí, en esta época tan mágica y extraña para nosotros donde se nos presenta  la historia de un muchacho y una muchacha que, nacidos en la pobreza y la humildad (pues también había de estas cosas en aquel mundo que parece tan distinto al nuestro), se hicieron famosos en todo el planeta y, no obstante, murieron antes de llegar a poder disfrutar de esa fama.
Mallumo era un elfo de un pueblo situado cerca de una de las grandes universidades, sitios donde educaban a aquellos que se convertían en magos. Su pueblo, grande para ser simplemente un pueblo, y pequeño para ser una ciudad, abastecía a uno de los cinco grandes cuarteles construidos hacía muchísimos años, en los comienzos mismos de la guerra. Allí preparaban toda clase de armas y armaduras, máquinas militares y artilugios ingeniosos. También hacían experimentos, para lo cual había áreas del edificio dedicadas estricta y únicamente a ello. El muchacho, curioso por naturaleza, se acercó un día a ese lugar de experimentación, donde ocurrió algo maravilloso y terrorífico a la vez. En uno de los experimentos, lo magos de más habilidad y conocimiento trataron de controlar el tiempo mediante la nominación. Para ello, habían dispuesto en un amplio círculo toda clase de artilugios que servían para medir el tiempo. Tres magos se hallaban en el centro, y ocho fuera. Todos a la vez se concentraron y enfocaron su mente hacía la idea de tiempo. Dado que todavía entonces el tiempo era algo muy relativo, cada uno tenía una idea distinta y a la vez parecida. Mallumo se quedó inmóvil ante tal escena. Los magos iban vestidos con túnicas negras que les caían hasta los tobillos, dándoles en ese momento un aspecto siniestro. Cuando el chico pensó esto, los magos, creyendo que ya tenían asimilado el nombre del tiempo, buscado desde distintos puntos de vista, proyectaron su magia a través de los numerosos tatuajes que adornaban su cuerpo, ocultos a la vista por las túnicas, excepto los que tenían en la cabeza. Éstos se iluminaron y de pronto los artilugios allí dispuestos vibraron. Hubo un gran centello y Mallumo se quedó cegado por un tiempo, en el cual algo lo golpeó. No era algo sólido, si no como una masa de aire caliente embravecida. Cayó de bruces sobre su espalda y se hizo una pequeña herida en la nuca, suficiente para que toda aquella magia que había salido desbordada del recinto se infiltrara en su cabeza, haciendo que ésta le doliera muchísimo, como nunca a nadie le volvería a doler jamás.
Nunca se supo con certeza lo qué había sucedido, pero pasaron los años y no se volvió a hablar sobre aquel incidente. La única represalia que se tomó fue eliminar el área de experimentación de aquella universidad, quedando otras tantas en el resto…
Por otro lado, paralelamente al accidente, en una aldea cerca de la frontera con un país invadido por los orcos más siniestros que había en aquel continente, un pueblo fue arrasado en busca de alimento. Murieron muchos jóvenes, muchos ancianos, se quemaron las casas, se perdieron las cosechas. Padre despojados de sus hijos, e hijos que habían quedado huérfanos huían. Entre ellos, una ninfa, de unos 13 años lloraba, llena de rabia, junto al cadáver de su madre. Cerca de ella, los orcos no paraban de gruñir, prendiéndole fuego a las casas y matando a todos los que podían. Uno de ellos, en su afanosa tarea de degollar a todos los que se cruzaba, hombres, elfos, ninfas o centauros que convivían en aquél pueblo, captó el llanto de la joven ninfa. En un trance como de éxtasis corrió hacia ella ignorando al resto de su grupo. Cuando Limyé se dio cuenta no sintió miedo, pues tal era la rabia que la poseía. Ni siquiera se movió de su sitio cuando el orco saltó desde lo lejos, abalanzándose sobre ella, y estaba totalmente serena cuando llamó a su magia, pues ya sabía como se nombraba a esas criaturas, dado que su padre, muerto hacía varios años, se lo había enseñado. Justo antes de que el orco bajara su brazo en una estocada feroz contra la indefensa ninfa, voló por los aires, hecho pedazos. La sangre fangosa de aquella criatura roció el rostro de la joven, que ya se concentraba en el resto de orcos que se le quedaron observando, antes de abalanzarse sobre ella también. Uno a uno, pese a que se acercaban rápidamente, iban cayendo. Algunos con los ojos reventados gemían, otros con chorros de sangre emanando de sus gargantas caían al suelo. Y Limyé no se movía de allí. No iba a ceder el cuerpo de su madre a aquellos engendros.
 Cuando acabó con todos ellos ya era tarde, casi todo el pueblo había caído. No se paró a pensar en que si hubiera actuado antes habría salvado a más gente. Lo único que hizo fue rebuscar entre los destrozos hasta que encontró una pala, cavó una tumba y enterró allí a su querida madre. Después se dirigió a la universidad más cercana, con la firme determinación de cambiar el rumbo de su vida, y con él, el de la guerra.
Muchos años después, Limyé ya había terminado su formación cuando se confirmó el rumor de que había alguien o algo estaba cambiando las cosas de ritmo. Durante su entrenamiento había oído noticias de la guerra, y de todo lo que acontecía alrededor de la universidad, pero eran las nuevas que llegaban del país vecino a veces, otras de otros más lejanos, y otras de su mismo país de residencia, las que más le llamaban la atención. Se había dicho que alguien había robado al rey una joya que sólo él sabía donde estaba justo cuando pensaba regalarla a su futura esposa, motivo por el que ella rompió el pacto de casarse con él. Poco después descubrió que ella estaba bajo el dominio de algún oscuro hechizo que podría haber dominado al monarca también. Pero eso no es lo más extraño, pues en numerosas ocasiones varios centinelas o exploradores cambiaban de rumbo en sus misiones, ya que se encontraban con caminos cortados o destrozos importantes que les impedían el paso hacía su destino. Destinos que más tarde se habían declarado sitiados por el enemigo, o en los que seguramente habrían encontrado a la muerte si los hubieran alcanzado. Nadie sabía qué era lo que pasaba, pero todos creían que había algo en el mundo, o ajeno a él que estaba ayudando al bando de los aliados en el curso de la guerra, y Limyé quería saber qué era.
Fue éste el motivo por el cuál se marchó de su universidad, después de siete años de instrucción, con más experiencia de la que la mayoría de magos tenían en aquel momento, y con una fuente de energía inaudita de la que ya se había informado al resto de universidades. Se dirigió al país cercano, y buscó y exploró por todas partes, mientras que a su alrededor, cada vez más frecuentemente, se iban localizando esos hechos extraños que parecían obra del destino. Fue en un tramo de un bosque, en una noche muy cerrada en la que apenas se veía nada, cuando se encontró de bruces con una horda de enemigos preparada para asaltar una aldea cercana. No se lo pensó mucho, era la más capacitada para enfrentarse a un par de centenares de orcos en solitario, si había alguien en ese mundo que lo pudiera hacer. Camuflada en la oscuridad, sus movimientos sigilosos parecían pasar desapercibidos por todos. Pero no era así, pues desde hacía un par de días, Mallumo había dado con ella, la maga más poderosa en la historia de la guerra y del planeta y de todas las cosas. La siguió cautelosamente hacia lo que parecía la campaña del capitán del batallón. Ella se escabulló dentro y él, a muchos pasos de distancia, contempló maravillado y expectante la escena. Se oyó un vigoroso gruñido que denotaba desesperación, y la tienda salió volando por los aires. Todos se dirigieron hacía allí, pero Mallumo ya se había centrado en pasar inadvertido, por lo que dejó de contemplar la escena para ponerse a salvo. Una vez que hubo alcanzado una posición segura, la situación le produjo un desasosiego que hacía casi una década no sentía, pese a que sabía a qué se iba a enfrentar. La chica se encontraba rodeada de esos seres asquerosos. Pese a que salían volando cabezas de los cuerpos más cercanos a ella, y que algunos de esos bichos se volvían contra sus propios compañeros, cada vez le quedaba menos espacio para moverse. No la notó cansada, ni siquiera preocupada, pero una arruga en el centro de su frente le llamó la atención. Fue entonces cuando decidió actuar. Desde que consiguió dominar los poderes que había obtenido por la casualidad más desastrosa  había decidido que no los emplearía para su propio beneficio. También se dijo que sería peligroso mostrárselos a alguien, pues siendo de la raza de los elfos, tenía muy inculcado que no debían compartir a la ligera sus conocimientos. No obstante, la ninfa era la mejor maga del continente, y salvarla sería una victoria para los aliados, pero se pondría de manifiesto ante una persona por primera vez en mucho tiempo, era un sacrificio que sabía que tenía que correr. No lo pensó más. Se puso de pie y salió corriendo hacía donde se concentraban los orcos. Se concentró, no buscando el nombre de nada, si no recordando su propio nombre. Cuando estuvo preparado, focalizó su magia, y esta obró maravillas. Distintamente al resto de los magos de este mundo, él no llamaba a las cosas, si no que se convertía en ellas. Se produjo una serie de mutilaciones en los brazos de las cuales no emanaba sangre, sino un líquido parecido al metal fundido del color del acero forjado. Se estaba esforzando más que de costumbre, y eso lo hizo sonreír. Siniestro. Se sentía siniestro.
Limyé miró en rededor. La cosa no pintaba nada bien. Había consumido mucha energía antes de abalanzarse a la tienda, y no lo había tenido en cuenta. Todo parecía estar perdido, cuando un reflejo metálico captó su atención. No podía despistarse, o moriría antes de que cerrar los ojos. Orcos tirados en el suelo creaban algo parecido a una barrera entre ella y el resto de sus enemigos. Primero en un lado y luego en el otro, cabezas de orcos saltaban por los aires. Sabía que era la manera más eficaz de eliminarlos. Pero de vez en cuando hacía que se pelearan entre ellos mismos, le divertía. De pronto una cabeza cayó a sus pies. La concentración le falló. Esa cabeza tenía restos de un líquido metálico en la base del cuello. No era obra suya. Un cuchillo, o una espada, no supo identificarlo le produjo un corte en el brazo, no profundo, pero bastó para que se centrara de nuevo eliminando a una veintena de orcos a la vez. Sus reservas se vieron seriamente afectadas.  En ese momento se volvió a centrar, pero no solo en matar, si no en buscar también. No le costó mucho encontrar el reflejo plateado que había visto antes. Un muchacho, o no, un hombre, o un ser demoníaco y siniestro se desdibujaba y volvía a tomar forma en medio de aquella matanza. De sus brazos salían algo parecido a látigos, pero de acero líquido que se lanzaban al cuello de sus enemigos como si tuvieran vida propia. No obstante lo que más le llamaba la atención eran sus ojos. Sobre un fondo negro como la noche más oscura brillaban unos puntos más dorados que el propio oro, y cada vez que el cuerpo de aquel ser se transformaba, la intensidad del brillo aumentaba para descender cuando adquiría de nuevo una forma sólida.  Entre los dos no tardaron mucho en deshacerse de los enemigos. Cuando al fin terminó la batalla, el chico adoptó la forma de un ser humano, normal y corriente, pero sus ojos, negros como azabache sostenían ahora un punto rojo intenso, del color de la sangre que no parecía tener en el resto del cuerpo. Se acercó a ella, y cuando la contemplo con un rostro iluminado, pero una mirada sombría y siniestra, algo dentro de ella estalló. Una holeada de calor, como hacía años que no sentía, recorrió su cuerpo en ese momento.
“Sé qué haces aquí, qué es lo que buscas y por qué lo buscas.” Su voz sonó profunda y entrecortada, como si llevara largo tiempo sin pronunciar palabra. Cambió su posición, se giro un poco hacia ella y un destello azul recorrió su mirada. “No tengo tiempo de contártelo todo, he decidido mostrarme. Yo soy el causante de todas esas noticias que te han llevado hasta aquí. Vi este momento hace unos días, y decidí seguirte. “
Ella se quedó perpleja. “¿Viste? “ su voz le parecía extraña. Como hechizada por algún embrujo desconocido para ella.
“Puedo ver el futuro y cambiar el pasado, en cierta medida, y, por tanto,  adelantarme a los pasos del enemigo. Por eso no murió el rey de tu país como estaba destinado, por eso no hemos perdido muchas más vidas de las necesarias desde hace unos cinco años, cuando al fin pude entender qué era lo que me había sido otorgado. No tenemos tiempo. También he visto lo que iba a pasar después de que nos encontráramos. El rey de los orcos está refugiado en el castillo que hay más allá de la linde del bosque. Tú sola no podrás hacer nada, y pese a mis habilidades… Yo solo tampoco. Si te impulsa tanto el deber como a mí, sígueme, y acabemos con todo esto de una vez por todas.” Sus palabras fueron firmes, no tuvo que decir nada más. Con la seguridad con la que habló lo seguiría al fin del mundo. Se miraron una sola vez a los ojos, profundamente. Ella entendió todo el dolor de la soledad que él sentía. Él supo de su sufrimiento por la pérdida. Juntos emprendieron el camino hacia su destino.
Lo que pasó aquella noche quedó registrado en todos los libros de historia que podríamos haber hallado en alguna de las bibliotecas de aquella extraña época. Dos personas, aparentemente tan débiles como el que más, se habían hecho cargo de destruir el palacio del rey enemigo. Murieron millones de orcos aquel día. Ella parecía tener la magia de todos los magos del planeta. Él parecía tener el conocimiento de todos los sabios del mundo. Juntos, magia y saber se apoderaron de las tinieblas, arrollaron el más sombrío arsenal de los enemigos de aquellos que luchaban por la luz. Todo quedó reducido a escombros. Nunca nadie supo de los extraños poderes del chico que acompañó a Limyé en la última gran batalla. No obstante, sus nombres fueron hallados en el prado donde las cenizas del campamento de los orcos todavía revoloteaban impulsadas por el suave viento.  Limyé símbolo de luz, junto con Mallumo representante de la oscuridad. 

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