Había
aprendido qué madera era mejor para hacer arcos. Había hecho flechas con punta
de piedra tan afilada que atravesaban la densa piel de los osos. Había
aprendido a utilizar estas armas. Incluso había aprendido a utilizar la espada,
aunque estaba lejos de ser un guerrero decente con ellas. En la primera
escaramuza contra las caravanas de bandidos se había abastecido de cosas que
llevaba tiempo sin ver. Algunas ni recordaba para que se usaban. Pero tardó
poco en darles utilidad. Se había hecho con mochilas, con hilo de tripa y
agujas de hueso. Tenía especias. Tenía cuencos mejores que los que se había
apañado para hacer. Ahora podía tener una reserva considerable de agua en las cavernas
sin tener que bajar hasta el río constantemente. Tenía cuchillos, clavos,
herramientas. Tenía flechas buenas, y arcos decentes. Aunque el último que
había hecho el mismo llegaba más lejos y con mayor precisión que ninguno de los
que había conseguido por el momento. A excepción del único que encontró en la
última caravana. La última caravana.
De nuevo lo llenó esa sensación tan agradable.
Orgullo. Se sentía orgulloso de su mayor éxito.
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