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lunes, 9 de julio de 2012

El control del tiempo.

Hubo una época en el mundo, totalmente desconocida para la gran mayoría de personas del planeta. No obstante, es tan remota y tan difícil de entender, que ni siquiera entre los que saben algo de ella hay concordia. Nadie sabe situarla en la línea histórica de nuestro planeta.
El caso es que todos tenemos conocimiento de rasgos característicos de ésa época, aunque apenas creamos que son invenciones de nuestra imaginación. Resulta que sí existieron lo que nosotros llamamos magos, las criaturas mitológicas tales como dragones inmensos, alados marinos y terrestres, orcos sombríos, elfos de los bosques, titanes, gigantes, hadas, arpías, enanos, fénix de colas flameantes, centauros poderosos, pegasos más grandes que cualquier caballo normal que hayas visto, y podríamos seguir hasta que no quedara una sola criatura mágica o no mágica, mitológica o no, por mencionar. Y entre la existencia de todos estos seres, la de los humanos era una de las menos influyentes, numerosas e importantes, porque el mundo fue creado para que todos lo disfrutasen, y los humanos eran potencialmente peligrosos para él. No obstante, había paz entre casi todas las razas, salvo las sombrías, como los titanes, orcos y demás.
Contra ellos se mantenía una continua lucha, ya que ellos anhelaban la destrucción, convertirlo todo en cenizas, matar, comer cadáveres y beber sangre. Pero este comportamiento no era posible tolerarlo, y por ello, desde que los bosques comenzaron a tener ninfas y los magos descubrieron su fuente de poder, desde que los elfos se volvieron diestros en el manejo de los arcos y adquirieron sus legendarias habilidades de sanación y observación; desde que los centauros comenzaron a entender la forja y los enanos el arte de esculpir en la roca viva, desde el comienzo de ésta época, se libraba una ferviente lucha contra los seres oscuros, pues así los habían clasificado. Y existían alianzas entre las razas puras, alianzas forjadas desde tiempos inmemorables, pero que se cumplían y se respetaban por todos.
Y como consecuencia de esas alianzas, se formó una red de formación entre los bastos países que poblaban el mundo. En esta formación se cuidaba de enseñar en el arte de la guerra, pero además, si se descubrían dotes mágicas en alguna criatura, se le dedicaba especial atención y su ritmo de enseñanza variaba. Esto se debía a que la magia era difícil de dominar, pues comprendía el entendimiento de muchas cosas, ya que su base era la nominación de los objetos, entes y demás, y para poder nominar, para poder llamar a algo por su nombre verdadero, primero tenías que poder descubrir cuál era éste, y para ello necesitabas recurrir a una fuente de poder que residía dentro de ti mismo. Unos tenían una fuente más poderosa, y por ello podían comprender los nombres antes que otros. Sin embargo, debido a la naturaleza de todos los cuerpos, no se podía establecer un contacto directo con el mundo que los rodeaba, por lo que por mucho que comprendieran y supieran el nombre de las cosas, éstas no les hacían caso a no ser de que aquel que las nombrara tuviera una brecha en su barrera natural contra el mundo: la piel. Por este motivo era fácil reconocer a aquellos magos que ya habían comenzado a entrenarse como tales, dado que unos extraños tatuajes recorrían sus pieles, de formas y colores distintos, algunos raros, otros intrigantes y  otros pocos, siniestros. Los magos utilizaban esos tatuajes como vía para conectar al mundo exterior con ellos mismos, y así poder doblegarlo a sus conocimientos.
Es aquí, en esta época tan mágica y extraña para nosotros donde se nos presenta  la historia de un muchacho y una muchacha que, nacidos en la pobreza y la humildad (pues también había de estas cosas en aquel mundo que parece tan distinto al nuestro), se hicieron famosos en todo el planeta y, no obstante, murieron antes de llegar a poder disfrutar de esa fama.
Mallumo era un elfo de un pueblo situado cerca de una de las grandes universidades, sitios donde educaban a aquellos que se convertían en magos. Su pueblo, grande para ser simplemente un pueblo, y pequeño para ser una ciudad, abastecía a uno de los cinco grandes cuarteles construidos hacía muchísimos años, en los comienzos mismos de la guerra. Allí preparaban toda clase de armas y armaduras, máquinas militares y artilugios ingeniosos. También hacían experimentos, para lo cual había áreas del edificio dedicadas estricta y únicamente a ello. El muchacho, curioso por naturaleza, se acercó un día a ese lugar de experimentación, donde ocurrió algo maravilloso y terrorífico a la vez. En uno de los experimentos, lo magos de más habilidad y conocimiento trataron de controlar el tiempo mediante la nominación. Para ello, habían dispuesto en un amplio círculo toda clase de artilugios que servían para medir el tiempo. Tres magos se hallaban en el centro, y ocho fuera. Todos a la vez se concentraron y enfocaron su mente hacía la idea de tiempo. Dado que todavía entonces el tiempo era algo muy relativo, cada uno tenía una idea distinta y a la vez parecida. Mallumo se quedó inmóvil ante tal escena. Los magos iban vestidos con túnicas negras que les caían hasta los tobillos, dándoles en ese momento un aspecto siniestro. Cuando el chico pensó esto, los magos, creyendo que ya tenían asimilado el nombre del tiempo, buscado desde distintos puntos de vista, proyectaron su magia a través de los numerosos tatuajes que adornaban su cuerpo, ocultos a la vista por las túnicas, excepto los que tenían en la cabeza. Éstos se iluminaron y de pronto los artilugios allí dispuestos vibraron. Hubo un gran centello y Mallumo se quedó cegado por un tiempo, en el cual algo lo golpeó. No era algo sólido, si no como una masa de aire caliente embravecida. Cayó de bruces sobre su espalda y se hizo una pequeña herida en la nuca, suficiente para que toda aquella magia que había salido desbordada del recinto se infiltrara en su cabeza, haciendo que ésta le doliera muchísimo, como nunca a nadie le volvería a doler jamás.
Nunca se supo con certeza lo qué había sucedido, pero pasaron los años y no se volvió a hablar sobre aquel incidente. La única represalia que se tomó fue eliminar el área de experimentación de aquella universidad, quedando otras tantas en el resto…
Por otro lado, paralelamente al accidente, en una aldea cerca de la frontera con un país invadido por los orcos más siniestros que había en aquel continente, un pueblo fue arrasado en busca de alimento. Murieron muchos jóvenes, muchos ancianos, se quemaron las casas, se perdieron las cosechas. Padre despojados de sus hijos, e hijos que habían quedado huérfanos huían. Entre ellos, una ninfa, de unos 13 años lloraba, llena de rabia, junto al cadáver de su madre. Cerca de ella, los orcos no paraban de gruñir, prendiéndole fuego a las casas y matando a todos los que podían. Uno de ellos, en su afanosa tarea de degollar a todos los que se cruzaba, hombres, elfos, ninfas o centauros que convivían en aquél pueblo, captó el llanto de la joven ninfa. En un trance como de éxtasis corrió hacia ella ignorando al resto de su grupo. Cuando Limyé se dio cuenta no sintió miedo, pues tal era la rabia que la poseía. Ni siquiera se movió de su sitio cuando el orco saltó desde lo lejos, abalanzándose sobre ella, y estaba totalmente serena cuando llamó a su magia, pues ya sabía como se nombraba a esas criaturas, dado que su padre, muerto hacía varios años, se lo había enseñado. Justo antes de que el orco bajara su brazo en una estocada feroz contra la indefensa ninfa, voló por los aires, hecho pedazos. La sangre fangosa de aquella criatura roció el rostro de la joven, que ya se concentraba en el resto de orcos que se le quedaron observando, antes de abalanzarse sobre ella también. Uno a uno, pese a que se acercaban rápidamente, iban cayendo. Algunos con los ojos reventados gemían, otros con chorros de sangre emanando de sus gargantas caían al suelo. Y Limyé no se movía de allí. No iba a ceder el cuerpo de su madre a aquellos engendros.
 Cuando acabó con todos ellos ya era tarde, casi todo el pueblo había caído. No se paró a pensar en que si hubiera actuado antes habría salvado a más gente. Lo único que hizo fue rebuscar entre los destrozos hasta que encontró una pala, cavó una tumba y enterró allí a su querida madre. Después se dirigió a la universidad más cercana, con la firme determinación de cambiar el rumbo de su vida, y con él, el de la guerra.
Muchos años después, Limyé ya había terminado su formación cuando se confirmó el rumor de que había alguien o algo estaba cambiando las cosas de ritmo. Durante su entrenamiento había oído noticias de la guerra, y de todo lo que acontecía alrededor de la universidad, pero eran las nuevas que llegaban del país vecino a veces, otras de otros más lejanos, y otras de su mismo país de residencia, las que más le llamaban la atención. Se había dicho que alguien había robado al rey una joya que sólo él sabía donde estaba justo cuando pensaba regalarla a su futura esposa, motivo por el que ella rompió el pacto de casarse con él. Poco después descubrió que ella estaba bajo el dominio de algún oscuro hechizo que podría haber dominado al monarca también. Pero eso no es lo más extraño, pues en numerosas ocasiones varios centinelas o exploradores cambiaban de rumbo en sus misiones, ya que se encontraban con caminos cortados o destrozos importantes que les impedían el paso hacía su destino. Destinos que más tarde se habían declarado sitiados por el enemigo, o en los que seguramente habrían encontrado a la muerte si los hubieran alcanzado. Nadie sabía qué era lo que pasaba, pero todos creían que había algo en el mundo, o ajeno a él que estaba ayudando al bando de los aliados en el curso de la guerra, y Limyé quería saber qué era.
Fue éste el motivo por el cuál se marchó de su universidad, después de siete años de instrucción, con más experiencia de la que la mayoría de magos tenían en aquel momento, y con una fuente de energía inaudita de la que ya se había informado al resto de universidades. Se dirigió al país cercano, y buscó y exploró por todas partes, mientras que a su alrededor, cada vez más frecuentemente, se iban localizando esos hechos extraños que parecían obra del destino. Fue en un tramo de un bosque, en una noche muy cerrada en la que apenas se veía nada, cuando se encontró de bruces con una horda de enemigos preparada para asaltar una aldea cercana. No se lo pensó mucho, era la más capacitada para enfrentarse a un par de centenares de orcos en solitario, si había alguien en ese mundo que lo pudiera hacer. Camuflada en la oscuridad, sus movimientos sigilosos parecían pasar desapercibidos por todos. Pero no era así, pues desde hacía un par de días, Mallumo había dado con ella, la maga más poderosa en la historia de la guerra y del planeta y de todas las cosas. La siguió cautelosamente hacia lo que parecía la campaña del capitán del batallón. Ella se escabulló dentro y él, a muchos pasos de distancia, contempló maravillado y expectante la escena. Se oyó un vigoroso gruñido que denotaba desesperación, y la tienda salió volando por los aires. Todos se dirigieron hacía allí, pero Mallumo ya se había centrado en pasar inadvertido, por lo que dejó de contemplar la escena para ponerse a salvo. Una vez que hubo alcanzado una posición segura, la situación le produjo un desasosiego que hacía casi una década no sentía, pese a que sabía a qué se iba a enfrentar. La chica se encontraba rodeada de esos seres asquerosos. Pese a que salían volando cabezas de los cuerpos más cercanos a ella, y que algunos de esos bichos se volvían contra sus propios compañeros, cada vez le quedaba menos espacio para moverse. No la notó cansada, ni siquiera preocupada, pero una arruga en el centro de su frente le llamó la atención. Fue entonces cuando decidió actuar. Desde que consiguió dominar los poderes que había obtenido por la casualidad más desastrosa  había decidido que no los emplearía para su propio beneficio. También se dijo que sería peligroso mostrárselos a alguien, pues siendo de la raza de los elfos, tenía muy inculcado que no debían compartir a la ligera sus conocimientos. No obstante, la ninfa era la mejor maga del continente, y salvarla sería una victoria para los aliados, pero se pondría de manifiesto ante una persona por primera vez en mucho tiempo, era un sacrificio que sabía que tenía que correr. No lo pensó más. Se puso de pie y salió corriendo hacía donde se concentraban los orcos. Se concentró, no buscando el nombre de nada, si no recordando su propio nombre. Cuando estuvo preparado, focalizó su magia, y esta obró maravillas. Distintamente al resto de los magos de este mundo, él no llamaba a las cosas, si no que se convertía en ellas. Se produjo una serie de mutilaciones en los brazos de las cuales no emanaba sangre, sino un líquido parecido al metal fundido del color del acero forjado. Se estaba esforzando más que de costumbre, y eso lo hizo sonreír. Siniestro. Se sentía siniestro.
Limyé miró en rededor. La cosa no pintaba nada bien. Había consumido mucha energía antes de abalanzarse a la tienda, y no lo había tenido en cuenta. Todo parecía estar perdido, cuando un reflejo metálico captó su atención. No podía despistarse, o moriría antes de que cerrar los ojos. Orcos tirados en el suelo creaban algo parecido a una barrera entre ella y el resto de sus enemigos. Primero en un lado y luego en el otro, cabezas de orcos saltaban por los aires. Sabía que era la manera más eficaz de eliminarlos. Pero de vez en cuando hacía que se pelearan entre ellos mismos, le divertía. De pronto una cabeza cayó a sus pies. La concentración le falló. Esa cabeza tenía restos de un líquido metálico en la base del cuello. No era obra suya. Un cuchillo, o una espada, no supo identificarlo le produjo un corte en el brazo, no profundo, pero bastó para que se centrara de nuevo eliminando a una veintena de orcos a la vez. Sus reservas se vieron seriamente afectadas.  En ese momento se volvió a centrar, pero no solo en matar, si no en buscar también. No le costó mucho encontrar el reflejo plateado que había visto antes. Un muchacho, o no, un hombre, o un ser demoníaco y siniestro se desdibujaba y volvía a tomar forma en medio de aquella matanza. De sus brazos salían algo parecido a látigos, pero de acero líquido que se lanzaban al cuello de sus enemigos como si tuvieran vida propia. No obstante lo que más le llamaba la atención eran sus ojos. Sobre un fondo negro como la noche más oscura brillaban unos puntos más dorados que el propio oro, y cada vez que el cuerpo de aquel ser se transformaba, la intensidad del brillo aumentaba para descender cuando adquiría de nuevo una forma sólida.  Entre los dos no tardaron mucho en deshacerse de los enemigos. Cuando al fin terminó la batalla, el chico adoptó la forma de un ser humano, normal y corriente, pero sus ojos, negros como azabache sostenían ahora un punto rojo intenso, del color de la sangre que no parecía tener en el resto del cuerpo. Se acercó a ella, y cuando la contemplo con un rostro iluminado, pero una mirada sombría y siniestra, algo dentro de ella estalló. Una holeada de calor, como hacía años que no sentía, recorrió su cuerpo en ese momento.
“Sé qué haces aquí, qué es lo que buscas y por qué lo buscas.” Su voz sonó profunda y entrecortada, como si llevara largo tiempo sin pronunciar palabra. Cambió su posición, se giro un poco hacia ella y un destello azul recorrió su mirada. “No tengo tiempo de contártelo todo, he decidido mostrarme. Yo soy el causante de todas esas noticias que te han llevado hasta aquí. Vi este momento hace unos días, y decidí seguirte. “
Ella se quedó perpleja. “¿Viste? “ su voz le parecía extraña. Como hechizada por algún embrujo desconocido para ella.
“Puedo ver el futuro y cambiar el pasado, en cierta medida, y, por tanto,  adelantarme a los pasos del enemigo. Por eso no murió el rey de tu país como estaba destinado, por eso no hemos perdido muchas más vidas de las necesarias desde hace unos cinco años, cuando al fin pude entender qué era lo que me había sido otorgado. No tenemos tiempo. También he visto lo que iba a pasar después de que nos encontráramos. El rey de los orcos está refugiado en el castillo que hay más allá de la linde del bosque. Tú sola no podrás hacer nada, y pese a mis habilidades… Yo solo tampoco. Si te impulsa tanto el deber como a mí, sígueme, y acabemos con todo esto de una vez por todas.” Sus palabras fueron firmes, no tuvo que decir nada más. Con la seguridad con la que habló lo seguiría al fin del mundo. Se miraron una sola vez a los ojos, profundamente. Ella entendió todo el dolor de la soledad que él sentía. Él supo de su sufrimiento por la pérdida. Juntos emprendieron el camino hacia su destino.
Lo que pasó aquella noche quedó registrado en todos los libros de historia que podríamos haber hallado en alguna de las bibliotecas de aquella extraña época. Dos personas, aparentemente tan débiles como el que más, se habían hecho cargo de destruir el palacio del rey enemigo. Murieron millones de orcos aquel día. Ella parecía tener la magia de todos los magos del planeta. Él parecía tener el conocimiento de todos los sabios del mundo. Juntos, magia y saber se apoderaron de las tinieblas, arrollaron el más sombrío arsenal de los enemigos de aquellos que luchaban por la luz. Todo quedó reducido a escombros. Nunca nadie supo de los extraños poderes del chico que acompañó a Limyé en la última gran batalla. No obstante, sus nombres fueron hallados en el prado donde las cenizas del campamento de los orcos todavía revoloteaban impulsadas por el suave viento.  Limyé símbolo de luz, junto con Mallumo representante de la oscuridad. 
Hombre Lobo.



El bosque estaba oscuro como boca de lobo. Los árboles, de ancho tronco y espeso follaje, no se distanciaban mucho unos de otros, tapando casi por completo la vista al cielo, no dejando entrar casi ningún rayo del sol decadente del atardecer avanzado. El suelo estaba cubierto de hojas, musgo y ramas secas. La muchacha que avanza rápidamente por él no se detenía a observar nada de lo que la rodeaba. Llevaba mucha prisa, ya que se le había hecho tarde, y pronto anochecería. Y todo el mundo sabía que aquel bosque no era seguro una vez entrada la noche. Una noche de luna llena…

La joven se había criado allí, sabía perfectamente dónde se encontraba y cómo orientarse para llegar a su hogar. Un ruido fuera de lo común que sacudió al bosque en una milésima de segundo la sacó de sus pensamientos.  Los pájaros levantaron el vuelo de los árboles, las ramas crujieron levemente, y ella, aligeró el paso aún más. Pensamientos oscuros comenzaron a rondarle la cabeza. Desde que era pequeña había oído extraños relatos de hombre que se perdían en el bosque en fechas muy señaladas y no volvían a ser vistos jamás. Y todavía seguía con estos pensamientos cuando un aullido terrorífico, proveniente de las montañas, volvió a sacudir la tierra. Se quedó helada por un momento, deteniendo su marcha, vaciando su mente. Se había quedado en blanco. No sabía qué hacer, cuando, por tercera ve, volvió a oírlo. Esta vez sonó mucho más cerca que antes. El sol ya se había ocultado, allá arriba, tras las hojas. No se lo pensó dos veces, echó a correr, aunque sabía que no era lo más acertado. 

Pensando rápidamente calculó cuánto podría quedarle para salir del bosque. No más de unos cinco minutos, si seguía corriendo así de rápido. El terreno empezó a declinar, hasta que al cabo de unos cuantos metros se convirtió en una pendiente descendiente.   Asustada como estaba, y rodeada de una oscuridad penetrante y casi absoluta no pudo advertir que una gran rama tirada en el suelo le cerraba el paso. Trastabilló con la rama y cayó de bruces contra el suelo. Un dolor punzante le vino de las rodillas y le nubló la vista por un momento. Justo entonces volvió a sonar. Lo notó tan cerca que le pareció percibir el aliento de aquello que lo había originado. Se apoyó sobre las manos, se levantó y echó a correr de nuevo en tan solo un momento. Corrió aún más rápido que antes, tanto que cuando llegó a un claro, la luz de la luna la cegó por completo. Volvió a caer, pero esta vez cayó sobre un lecho de musgo que amortiguó la caída en gran parte. Se sintió mareada, exhausta, y le temblaba el cuerpo. No paraba de mirar a todos lados, se sentía observada. Trató de recuperar el aliento y a la vez, se propuso serenarse un poco. No conseguiría nada si iba a caer cada dos por tres. Entonces, desde la maleza que rodeaba el claro vino un ruido. Nada que ver con los aullidos de antes, sonó como una rama que se parte bajo el peso de alguien o algo. Pese al miedo que sentía, buscó entre la oscuridad algo que le revelase qué había sido lo que le había llamado la atención.  Y justo entre dos árboles de grandes dimensiones creyó ver una sombra, muy oscura sobre la penumbra que reinaba en el interior del bosque. Desde la parte alta de la sombra, dos grandes ojos, dorados como el oro puro y fundido, la observaban atentamente. Su cuerpo se paralizó. Como si un hechizo la hubiera poseído, se le relajaron los músculos y su mente no pudo pensar más en el miedo o el terror. Una idea le había nacido en la mente. Tenía ganas de ser poseída. Notó cómo todo su cuerpo reaccionaba a aquel pensamiento, también lo deseaba. Desde donde se encontraba la sombra, surgió un gran crac, como si uno de los troncos se hubiera partido desde el centro mismo. Súbitamente, unas nubes habían aparecido en el cielo, cubriendo la luna, restando luminosidad al claro. El ambiente pareció cambiar. El aire fluía despacio y ligero, meciendo las ramas de los árboles que parecían tejer con sus sonidos una dulce canción que la estaba dejando todavía más relajada, alejada de la realidad. De las sombras del bosque surgió entonces un gran hombre, de ojos castaños, pelo  y piel oscura. Los ojos de la chica no daban crédito a lo que veían. Como si un ente misterioso hubiera oído sus últimos deseos carnales, un hombre, musculoso y totalmente desnudo había aparecido allí en medio del claro. Los músculos de sus piernas se marcaban bajo la piel morena de aquel ser. Los sentidos de ella se encontraban ebrios de emoción. No sabía lo que le pasaba. Ella nunca había estado con un chico de esa manera, y tampoco lo había deseado tanto como aquella noche. En verdad, estaba hechizada, por una magia tan ancestral y misteriosa de cuya existencia nadie sabía.

Nadie excepto los que eran como aquel individuo que poco a poco se acercaba a ella con un propósito en la mente y un anhelo en el corazón. Su extirpe se estaba extinguiendo, poco a poco los humanos comunes los estaban diezmando, dejando a su raza débil. Tenía que reproducirse. Tal era su propósito. Pero en lo más profundo de su corazón latía un amor profundo por aquella mujer que lo observaba desconcertada. La había amado desde niño, temiendo acercarse a ella por su condición de medio humano medio lobo. Pues eso era, un hombre lobo. Y pese a lo que todas las historias sobre estos seres cuentan, no todos los de su raza eran criaturas sanguinarias que asesinaban sin piedad y se comían a niños y niñas las noches de luna llena. Había algunos a los que les preocupaba tanto la vida de los suyos como la de los humanos que los rodeaban. Él procedía de una estirpe que se había aliado con los hombres normales en el pasado, con el fin de protegerlos de sus enemigos a cambio de que les proporcionaran seguridad. Y con el tiempo, los hombres habían fallado al pacto que sus ancestros habían pronunciado, les habían dado la espalda a los lobos y a sus amos, los hombres lobos, y los expulsaron de sus aldeas y pueblos. Desde entonces habían ido disminuyendo en número, pues rara vez podían reproducirse. Y ahora, bajo las órdenes de su líder, se había visto obligado a forzar a la mujer que amaba en realidad y profundamente para poder expandir su progenie.

Cuando estuvo a solo unos pasos de ella, sus ojos se encontraron. De ese encuentro salieron ráfagas de fuego en los corrientes sanguíneos de ambos. Tras un ligero titubeo por parte del hombre, se le acercó, tumbándose en el suelo, y ambos se entregaron el uno al otro. Ella, calmada y relajada, bajo los efectos del hechizo, gozó como nunca habría imaginado. Lo sintió dentro de ella, enloqueciendo de placer. Él, tenso por lo que sabía que estaba haciendo, se centró en no hacerle daño. De vez en cuando las nubes dejaban entrar algún rayo de luz, y alguna parte de su cuerpo mutaba levemente, dando lugar a unas garras, o llenando de pelo su espalda. No obstante, estuvieron el uno con el otro durante toda la noche, hasta que casi despuntó el alba. El bosque estaba tranquilo, como observando el placer y el afecto que dos personas podían expresar pese a ser unos desconocidos totalmente. Los búhos ululaban en las ramas de los olmos, los troncos de los robles crujían de vez en cuando. El viento no se movió por el resto de la noche. No cayó una sola hoja entonces. Las criaturas se alejaban del claro, asustadas por los gemidos que provenían de él. Y ellos dos, ajenos al resto del mundo, continuaban disfrutándose mutuamente. Sus pieles hacían un precioso contraste. Blanco sobre negro, oscuro sobre pálido, tenue junto a denso. La belleza aquella noche parecía tener amo y propietaria.  Y durante el tiempo que estuvieron juntos, como obedeciendo a una voluntad suprema, las nubes no dejaron que aquel episodio se viera afectado por la condición del hombre. 

Pero acabando ya la madrugada para dar comienzo al amanecer, como un escritor pone punto y final a un relato, el viento caprichoso se levantó en lo alto del cielo, desplazando las nubes, y dejando que la luz entrara de lleno al claro. El hombre lobo se contorsionó sobre sí mismo, como si todas sus entrañas hubieran sido oprimidas por un puño de acero, inflexible y sin moral ni sentimientos. Soltó un grave rugido y, majestuosamente dominado por sí mismo y no por su instinto, besó a la mujer que tenía al lado, desconcertada y, de pronto, temerosa. El beso los tranquilizó a los dos, pero la naturaleza de él lo llamaba para sí cada vez más fuerte, una naturaleza que ninguna voluntad podría burlar. En una milésima de segundo, apoyado sobre los brazos se impulsó en el suelo, y de un gran brinco penetró en la oscuridad del bosque, dejando tras de sí otro crac, un pellejo que se desvaneció nada más tocar el suelo, y una mujer desdichada de pronto por haber perdido al objeto de su deseo.  La magia que la había hecho sucumbir al deseo desapareció tan súbitamente que ella se entregó a la inconsciencia para huir de la profunda incertidumbre que le habría dominado la mente y durmió por largo tiempo.

Un golpe sordo la despertó después de un día entero. Se encontraba en casa, en su cuarto, y alguien llamaba a su puerta. Intentó incorporarse, pero sus músculos estaban agarrotados y no respondían a sus órdenes. Un hombre, de pelo cano y mirada preocupada traspuso la puerta. Entonces, viendo a su hija despierta, como si la mañana llegara a un corazón dominado por la noche durante muchísimo tiempo, su mirada comenzó a transmitir felicidad y sosiego. Ella se sintió agradecía, y desconcertada como estaba habló con su padre. Le contó lo que le había pasado, hasta el momento en el que entró en el claro, después de lo cual sólo había en su mente duda y desconcierto. Su padre la animó, y con el tiempo aquello fue olvidado.
No obstante, pasados unos meses, los signos de un embarazo llenaron la casa de nueva duda y desconcierto. La hija y el padre se extrañaron, y sin saber qué hacer, pues la madre estaba ausente en sus vidas desde hacía años, dejaron correr el tiempo, esperando a recibir a un recién nacido en la casa. Pues ambos eran de una bondad inigualable, y en sus mentes no cabía la posibilidad de negarle la vida a una criatura, aunque no supieran con certeza de dónde provenía. Sin embargo, la joven sentía miedo. Miedo de la sociedad que dominaba en el pueblo. Cuando iba por el mercado, o a hacer recados, la gente la miraba con desconcierto. Los cuchicheos surgían por donde pasara y las miradas cada vez se volvían más hostiles. Cierto día, estando la joven en un puesto de frutas, alguien que pasó por detrás de ella le rozó el brazo, en lo que a ella le pareció una caricia. Se giró rápidamente y vio una figura alta, de ancha espalda y pelo moreno. Éste se giró, como llamado por los ojos azul celeste de la chica, y cuando las miradas se cruzaron, un torrente de caricias, besos y amor le llegó a la chica a la mente. Para cuando la muchacha logró recobrar el sentido, el hombre había desparecido.  De todas formas, ella cría reconocer los ojos en un chico que llevaba muchísimo tiempo observándola. Al principio se había sentido acosada por él, pero hacía años que ese sentimiento había sido sustituido por una curiosa mezcla de intriga, capricho y afecto. Sabía que él la amaba, pero era un hombre lejos de sus posibilidades. Era viajante, y ella no podría esta con alguien como él, pues su padre la necesitaba. Por ese motivo, hacía años que, cada vez que el chico visitaba el pueblo, un fuego revivía en el corazón de la joven, y anhelaba estar con él, pero se reprimía. Su padre había vivido ajeno a todo esto. Quería a su hija y la apreciaba, y después de lo sucedido en el bosque no la volvió a enviar allí más.

La vida continuó su curso, y al cabo de nueve meses exactos después de la noche del bosque, la casa de la familia se llenó con los llantos de una criatura recién nacida. Una partera había ayudado en el parto a la joven. El padre había estado en todo momento junto a ella, muestra del apoyo que le ofrecía y del afecto que le tenía. Pero cuando el niño nació, una oscuridad siniestra cubrió las vidas de aquella casa. Aquel niño había nacido con el cuerpo totalmente cubierto de pelo negro, y unas pequeñas uñas puntiagudas y afiladas terminaban por acabar el aspecto terrorífico que tenía. Desde el bosque se había oído un aullido profundo y lejano, fuerte y lleno de melancolía. Todos, partera, el padre y la joven se asustaron.

Después del parto, la anciana mujer que ayudó a la joven chica, algo asustada por lo que había contemplado, se marchó, despidiéndose apresuradamente de la familia. Padre e hija se quedaron solos y fue entonces cuando ella le contó a su padre lo que había recordado aquel día, ahora lejano, en el mercado. De nuevo el temor se apoderó de la casa. No durmieron mucho aquella noche. El niño berreaba casi todo el tiempo. Desde aquel día, todo el pueblo miró con malos ojos a los tres miembros de aquella familia. Ésta intentaba vivir con total normalidad, pues el niño tomó forma de un niño normal y corriente al día siguiente del parto. Miembros pequeños y regordetes, el pelo oscuro, la piel pálida, y unos ojos maravillosos, del color del cielo, pero de un tono dorado cuando la luz incidía sobre ellos. Y cada mes después del parto, cuando la luna brillaba completa en le bóveda nocturna, el niño volvía a estar lleno de pelo y con garras en lugar de uñas, confirmando el temor del abuelo de aquella criatura y el de su madre, que vivía ahora llena de temor por él y por su padre, pues en el pueblo cada ve los trataban con mayor hostilidad.

Así pasó el tiempo, hasta que aquel niño cumplió diez años. Se habían mudado de pueblo, y eso no era todo, si no que el hombre que una noche tomó a la que ahora se había convertido en madre, y el mismo que la había hecho recordar en el mercado, ese mismo hombre que trabajaba con su propio padre constantemente viajando, se había presentado en la casa de la familia, y les había explicado lo que pasó. Les dijo qué era, y la familia no se asustó, les dijo qué había hecho, y la familia, llena de compasión por él, le había perdonado. Y la muchacha, llena de afecto hacia él, le había perdonado sinceramente y de corazón. Y entonces, cuando el niño sólo tenía un año, sus padres se casaron, y juntos, junto con el abuelo, se trasladaron a otro pueblo, más pequeño, junto a unas grandes montañas repletas de osos lobos, cubiertas por un bosque extenso y profundo. Lo hicieron así por la seguridad del niño, por la seguridad del padre de la criatura, para que tuviera dónde estar las noches de luna llena, y lo hiciera así por la seguridad del abuelo y su hija, porque si se hubieran quedado en su pueblo natal, tarde o temprano los habrían acosado tanto que incluso sus vidas estarían en peligro.

Bueno, después de un siglo sin publicar, decido mostraros los cuentos con los que participé en un concurso de mi universidad, la UMH, de cuyo fallo (resultado) no se nada todavía, cuando el plazo se ha pasado ya en casi dos semanas...
Espero que los disfrutéis y que al menos os gusten.
Un saludo.