Hubo una época en el mundo, totalmente
desconocida para la gran mayoría de personas del planeta. No obstante, es tan
remota y tan difícil de entender, que ni siquiera entre los que saben algo de
ella hay concordia. Nadie sabe situarla en la línea histórica de nuestro
planeta.
El caso es que todos tenemos conocimiento de
rasgos característicos de ésa época, aunque apenas creamos que son invenciones
de nuestra imaginación. Resulta que sí existieron lo que nosotros llamamos
magos, las criaturas mitológicas tales como dragones inmensos, alados marinos y
terrestres, orcos sombríos, elfos de los bosques, titanes, gigantes, hadas,
arpías, enanos, fénix de colas flameantes, centauros poderosos, pegasos más
grandes que cualquier caballo normal que hayas visto, y podríamos seguir hasta
que no quedara una sola criatura mágica o no mágica, mitológica o no, por
mencionar. Y entre la existencia de todos estos seres, la de los humanos era
una de las menos influyentes, numerosas e importantes, porque el mundo fue
creado para que todos lo disfrutasen, y los humanos eran potencialmente
peligrosos para él. No obstante, había paz entre casi todas las razas, salvo
las sombrías, como los titanes, orcos y demás.
Contra ellos se mantenía una continua lucha,
ya que ellos anhelaban la destrucción, convertirlo todo en cenizas, matar,
comer cadáveres y beber sangre. Pero este comportamiento no era posible
tolerarlo, y por ello, desde que los bosques comenzaron a tener ninfas y los
magos descubrieron su fuente de poder, desde que los elfos se volvieron
diestros en el manejo de los arcos y adquirieron sus legendarias habilidades de
sanación y observación; desde que los centauros comenzaron a entender la forja
y los enanos el arte de esculpir en la roca viva, desde el comienzo de ésta
época, se libraba una ferviente lucha contra los seres oscuros, pues así los
habían clasificado. Y existían alianzas entre las razas puras, alianzas
forjadas desde tiempos inmemorables, pero que se cumplían y se respetaban por
todos.
Y como consecuencia de esas alianzas, se
formó una red de formación entre los bastos países que poblaban el mundo. En
esta formación se cuidaba de enseñar en el arte de la guerra, pero además, si
se descubrían dotes mágicas en alguna criatura, se le dedicaba especial
atención y su ritmo de enseñanza variaba. Esto se debía a que la magia era
difícil de dominar, pues comprendía el entendimiento de muchas cosas, ya que su
base era la nominación de los objetos, entes y demás, y para poder nominar,
para poder llamar a algo por su nombre verdadero, primero tenías que poder
descubrir cuál era éste, y para ello necesitabas recurrir a una fuente de poder
que residía dentro de ti mismo. Unos tenían una fuente más poderosa, y por ello
podían comprender los nombres antes que otros. Sin embargo, debido a la
naturaleza de todos los cuerpos, no se podía establecer un contacto directo con
el mundo que los rodeaba, por lo que por mucho que comprendieran y supieran el
nombre de las cosas, éstas no les hacían caso a no ser de que aquel que las
nombrara tuviera una brecha en su barrera natural contra el mundo: la piel. Por
este motivo era fácil reconocer a aquellos magos que ya habían comenzado a
entrenarse como tales, dado que unos extraños tatuajes recorrían sus pieles, de
formas y colores distintos, algunos raros, otros intrigantes y otros pocos, siniestros. Los magos utilizaban
esos tatuajes como vía para conectar al mundo exterior con ellos mismos, y así
poder doblegarlo a sus conocimientos.
Es aquí, en esta época tan mágica y extraña
para nosotros donde se nos presenta la
historia de un muchacho y una muchacha que, nacidos en la pobreza y la humildad
(pues también había de estas cosas en aquel mundo que parece tan distinto al
nuestro), se hicieron famosos en todo el planeta y, no obstante, murieron antes
de llegar a poder disfrutar de esa fama.
Mallumo era un elfo de un pueblo situado
cerca de una de las grandes universidades, sitios donde educaban a aquellos que
se convertían en magos. Su pueblo, grande para ser simplemente un pueblo, y
pequeño para ser una ciudad, abastecía a uno de los cinco grandes cuarteles
construidos hacía muchísimos años, en los comienzos mismos de la guerra. Allí
preparaban toda clase de armas y armaduras, máquinas militares y artilugios
ingeniosos. También hacían experimentos, para lo cual había áreas del edificio
dedicadas estricta y únicamente a ello. El muchacho, curioso por naturaleza, se
acercó un día a ese lugar de experimentación, donde ocurrió algo maravilloso y
terrorífico a la vez. En uno de los experimentos, lo magos de más habilidad y
conocimiento trataron de controlar el tiempo mediante la nominación. Para ello,
habían dispuesto en un amplio círculo toda clase de artilugios que servían para
medir el tiempo. Tres magos se hallaban en el centro, y ocho fuera. Todos a la
vez se concentraron y enfocaron su mente hacía la idea de tiempo. Dado que
todavía entonces el tiempo era algo muy relativo, cada uno tenía una idea
distinta y a la vez parecida. Mallumo se quedó inmóvil ante tal escena. Los
magos iban vestidos con túnicas negras que les caían hasta los tobillos,
dándoles en ese momento un aspecto siniestro. Cuando el chico pensó esto, los
magos, creyendo que ya tenían asimilado el nombre del tiempo, buscado desde
distintos puntos de vista, proyectaron su magia a través de los numerosos
tatuajes que adornaban su cuerpo, ocultos a la vista por las túnicas, excepto
los que tenían en la cabeza. Éstos se iluminaron y de pronto los artilugios
allí dispuestos vibraron. Hubo un gran centello y Mallumo se quedó cegado por
un tiempo, en el cual algo lo golpeó. No era algo sólido, si no como una masa
de aire caliente embravecida. Cayó de bruces sobre su espalda y se hizo una
pequeña herida en la nuca, suficiente para que toda aquella magia que había
salido desbordada del recinto se infiltrara en su cabeza, haciendo que ésta le
doliera muchísimo, como nunca a nadie le volvería a doler jamás.
Nunca se supo con certeza lo qué había
sucedido, pero pasaron los años y no se volvió a hablar sobre aquel incidente.
La única represalia que se tomó fue eliminar el área de experimentación de
aquella universidad, quedando otras tantas en el resto…
Por otro lado, paralelamente al accidente, en
una aldea cerca de la frontera con un país invadido por los orcos más
siniestros que había en aquel continente, un pueblo fue arrasado en busca de
alimento. Murieron muchos jóvenes, muchos ancianos, se quemaron las casas, se
perdieron las cosechas. Padre despojados de sus hijos, e hijos que habían
quedado huérfanos huían. Entre ellos, una ninfa, de unos 13 años lloraba, llena
de rabia, junto al cadáver de su madre. Cerca de ella, los orcos no paraban de
gruñir, prendiéndole fuego a las casas y matando a todos los que podían. Uno de
ellos, en su afanosa tarea de degollar a todos los que se cruzaba, hombres,
elfos, ninfas o centauros que convivían en aquél pueblo, captó el llanto de la
joven ninfa. En un trance como de éxtasis corrió hacia ella ignorando al resto
de su grupo. Cuando Limyé se dio cuenta no sintió miedo, pues tal era la rabia
que la poseía. Ni siquiera se movió de su sitio cuando el orco saltó desde lo
lejos, abalanzándose sobre ella, y estaba totalmente serena cuando llamó a su
magia, pues ya sabía como se nombraba a esas criaturas, dado que su padre,
muerto hacía varios años, se lo había enseñado. Justo antes de que el orco
bajara su brazo en una estocada feroz contra la indefensa ninfa, voló por los
aires, hecho pedazos. La sangre fangosa de aquella criatura roció el rostro de
la joven, que ya se concentraba en el resto de orcos que se le quedaron
observando, antes de abalanzarse sobre ella también. Uno a uno, pese a que se
acercaban rápidamente, iban cayendo. Algunos con los ojos reventados gemían,
otros con chorros de sangre emanando de sus gargantas caían al suelo. Y Limyé
no se movía de allí. No iba a ceder el cuerpo de su madre a aquellos engendros.
Cuando
acabó con todos ellos ya era tarde, casi todo el pueblo había caído. No se paró
a pensar en que si hubiera actuado antes habría salvado a más gente. Lo único
que hizo fue rebuscar entre los destrozos hasta que encontró una pala, cavó una
tumba y enterró allí a su querida madre. Después se dirigió a la universidad
más cercana, con la firme determinación de cambiar el rumbo de su vida, y con
él, el de la guerra.
Muchos años después, Limyé ya había terminado
su formación cuando se confirmó el rumor de que había alguien o algo estaba
cambiando las cosas de ritmo. Durante su entrenamiento había oído noticias de
la guerra, y de todo lo que acontecía alrededor de la universidad, pero eran
las nuevas que llegaban del país vecino a veces, otras de otros más lejanos, y
otras de su mismo país de residencia, las que más le llamaban la atención. Se
había dicho que alguien había robado al rey una joya que sólo él sabía donde
estaba justo cuando pensaba regalarla a su futura esposa, motivo por el que
ella rompió el pacto de casarse con él. Poco después descubrió que ella estaba
bajo el dominio de algún oscuro hechizo que podría haber dominado al monarca
también. Pero eso no es lo más extraño, pues en numerosas ocasiones varios
centinelas o exploradores cambiaban de rumbo en sus misiones, ya que se encontraban
con caminos cortados o destrozos importantes que les impedían el paso hacía su
destino. Destinos que más tarde se habían declarado sitiados por el enemigo, o
en los que seguramente habrían encontrado a la muerte si los hubieran
alcanzado. Nadie sabía qué era lo que pasaba, pero todos creían que había algo
en el mundo, o ajeno a él que estaba ayudando al bando de los aliados en el
curso de la guerra, y Limyé quería saber qué era.
Fue éste el motivo por el cuál se marchó de
su universidad, después de siete años de instrucción, con más experiencia de la
que la mayoría de magos tenían en aquel momento, y con una fuente de energía
inaudita de la que ya se había informado al resto de universidades. Se dirigió
al país cercano, y buscó y exploró por todas partes, mientras que a su
alrededor, cada vez más frecuentemente, se iban localizando esos hechos
extraños que parecían obra del destino. Fue en un tramo de un bosque, en una noche
muy cerrada en la que apenas se veía nada, cuando se encontró de bruces con una
horda de enemigos preparada para asaltar una aldea cercana. No se lo pensó
mucho, era la más capacitada para enfrentarse a un par de centenares de orcos
en solitario, si había alguien en ese mundo que lo pudiera hacer. Camuflada en
la oscuridad, sus movimientos sigilosos parecían pasar desapercibidos por
todos. Pero no era así, pues desde hacía un par de días, Mallumo había dado con
ella, la maga más poderosa en la historia de la guerra y del planeta y de todas
las cosas. La siguió cautelosamente hacia lo que parecía la campaña del capitán
del batallón. Ella se escabulló dentro y él, a muchos pasos de distancia, contempló
maravillado y expectante la escena. Se oyó un vigoroso gruñido que denotaba
desesperación, y la tienda salió volando por los aires. Todos se dirigieron
hacía allí, pero Mallumo ya se había centrado en pasar inadvertido, por lo que
dejó de contemplar la escena para ponerse a salvo. Una vez que hubo alcanzado
una posición segura, la situación le produjo un desasosiego que hacía casi una
década no sentía, pese a que sabía a qué se iba a enfrentar. La chica se
encontraba rodeada de esos seres asquerosos. Pese a que salían volando cabezas
de los cuerpos más cercanos a ella, y que algunos de esos bichos se volvían
contra sus propios compañeros, cada vez le quedaba menos espacio para moverse.
No la notó cansada, ni siquiera preocupada, pero una arruga en el centro de su
frente le llamó la atención. Fue entonces cuando decidió actuar. Desde que
consiguió dominar los poderes que había obtenido por la casualidad más
desastrosa había decidido que no los
emplearía para su propio beneficio. También se dijo que sería peligroso
mostrárselos a alguien, pues siendo de la raza de los elfos, tenía muy
inculcado que no debían compartir a la ligera sus conocimientos. No obstante,
la ninfa era la mejor maga del continente, y salvarla sería una victoria para
los aliados, pero se pondría de manifiesto ante una persona por primera vez en
mucho tiempo, era un sacrificio que sabía que tenía que correr. No lo pensó
más. Se puso de pie y salió corriendo hacía donde se concentraban los orcos. Se
concentró, no buscando el nombre de nada, si no recordando su propio nombre.
Cuando estuvo preparado, focalizó su magia, y esta obró maravillas. Distintamente
al resto de los magos de este mundo, él no llamaba a las cosas, si no que se
convertía en ellas. Se produjo una serie de mutilaciones en los brazos de las
cuales no emanaba sangre, sino un líquido parecido al metal fundido del color
del acero forjado. Se estaba esforzando más que de costumbre, y eso lo hizo
sonreír. Siniestro. Se sentía siniestro.
Limyé miró en rededor. La cosa no pintaba
nada bien. Había consumido mucha energía antes de abalanzarse a la tienda, y no
lo había tenido en cuenta. Todo parecía estar perdido, cuando un reflejo
metálico captó su atención. No podía despistarse, o moriría antes de que cerrar
los ojos. Orcos tirados en el suelo creaban algo parecido a una barrera entre
ella y el resto de sus enemigos. Primero en un lado y luego en el otro, cabezas
de orcos saltaban por los aires. Sabía que era la manera más eficaz de
eliminarlos. Pero de vez en cuando hacía que se pelearan entre ellos mismos, le
divertía. De pronto una cabeza cayó a sus pies. La concentración le falló. Esa
cabeza tenía restos de un líquido metálico en la base del cuello. No era obra
suya. Un cuchillo, o una espada, no supo identificarlo le produjo un corte en
el brazo, no profundo, pero bastó para que se centrara de nuevo eliminando a
una veintena de orcos a la vez. Sus reservas se vieron seriamente
afectadas. En ese momento se volvió a
centrar, pero no solo en matar, si no en buscar también. No le costó mucho
encontrar el reflejo plateado que había visto antes. Un muchacho, o no, un
hombre, o un ser demoníaco y siniestro se desdibujaba y volvía a tomar forma en
medio de aquella matanza. De sus brazos salían algo parecido a látigos, pero de
acero líquido que se lanzaban al cuello de sus enemigos como si tuvieran vida
propia. No obstante lo que más le llamaba la atención eran sus ojos. Sobre un
fondo negro como la noche más oscura brillaban unos puntos más dorados que el
propio oro, y cada vez que el cuerpo de aquel ser se transformaba, la
intensidad del brillo aumentaba para descender cuando adquiría de nuevo una
forma sólida. Entre los dos no tardaron
mucho en deshacerse de los enemigos. Cuando al fin terminó la batalla, el chico
adoptó la forma de un ser humano, normal y corriente, pero sus ojos, negros
como azabache sostenían ahora un punto rojo intenso, del color de la sangre que
no parecía tener en el resto del cuerpo. Se acercó a ella, y cuando la
contemplo con un rostro iluminado, pero una mirada sombría y siniestra, algo
dentro de ella estalló. Una holeada de calor, como hacía años que no sentía,
recorrió su cuerpo en ese momento.
“Sé qué haces aquí, qué es lo que buscas y
por qué lo buscas.” Su voz sonó profunda y entrecortada, como si llevara largo
tiempo sin pronunciar palabra. Cambió su posición, se giro un poco hacia ella y
un destello azul recorrió su mirada. “No tengo tiempo de contártelo todo, he
decidido mostrarme. Yo soy el causante de todas esas noticias que te han llevado
hasta aquí. Vi este momento hace unos días, y decidí seguirte. “
Ella se quedó perpleja. “¿Viste? “ su voz le
parecía extraña. Como hechizada por algún embrujo desconocido para ella.
“Puedo ver el futuro y cambiar el pasado, en
cierta medida, y, por tanto, adelantarme
a los pasos del enemigo. Por eso no murió el rey de tu país como estaba
destinado, por eso no hemos perdido muchas más vidas de las necesarias desde
hace unos cinco años, cuando al fin pude entender qué era lo que me había sido
otorgado. No tenemos tiempo. También he visto lo que iba a pasar después de que
nos encontráramos. El rey de los orcos está refugiado en el castillo que hay
más allá de la linde del bosque. Tú sola no podrás hacer nada, y pese a mis
habilidades… Yo solo tampoco. Si te impulsa tanto el deber como a mí, sígueme,
y acabemos con todo esto de una vez por todas.” Sus palabras fueron firmes, no
tuvo que decir nada más. Con la seguridad con la que habló lo seguiría al fin
del mundo. Se miraron una sola vez a los ojos, profundamente. Ella entendió
todo el dolor de la soledad que él sentía. Él supo de su sufrimiento por la
pérdida. Juntos emprendieron el camino hacia su destino.
Lo que pasó aquella noche quedó registrado en
todos los libros de historia que podríamos haber hallado en alguna de las
bibliotecas de aquella extraña época. Dos personas, aparentemente tan débiles
como el que más, se habían hecho cargo de destruir el palacio del rey enemigo.
Murieron millones de orcos aquel día. Ella parecía tener la magia de todos los
magos del planeta. Él parecía tener el conocimiento de todos los sabios del
mundo. Juntos, magia y saber se apoderaron de las tinieblas, arrollaron el más
sombrío arsenal de los enemigos de aquellos que luchaban por la luz. Todo quedó
reducido a escombros. Nunca nadie supo de los extraños poderes del chico que
acompañó a Limyé en la última gran batalla. No obstante, sus nombres fueron
hallados en el prado donde las cenizas del campamento de los orcos todavía revoloteaban
impulsadas por el suave viento. Limyé
símbolo de luz, junto con Mallumo representante de la oscuridad.