Cuento breve: "La primera batalla"
El ruido era tan
estridente que no podría oír a un gato maullar a mis pies. El sol
pegaba fuerte en lo más alto del cielo, abrasando la piel de aquel
que se atreviera a posarse bajo sus rayos, que en ése momento éramos
todos. Mirara adonde mirara solo se veían destellos, producto de los
reflejos del sol en las armaduras, espadas, escudos, lanzas, flechas,
hachas… De todas las batallas que había presenciado en mi vida,
esa era la que más estaba sufriendo. Me encontraba en medio de una
contienda letal, el lugar menos apropiado para alguien que ama a la
vida tanto como lo hago.
Empezábamos a
ceder terreno, pronto se declararía la retirada, y eso haría que el
enemigo se creciera y, finalmente, nos derrotara por completo, y no
podíamos consentirlo, puesto que en esta batalla se sorteaba nuestro
destino y el de los nuestros. Era tan imprescindible esta victoria
que de perder, tendríamos que huir a otra tierra, eso en caso de que
nos diera tiempo a escapar. Los Thures eran famosos por su gran
capacidad para cazar a sus enemigos, cuando éstos se daban a la
fuga, pero en batalla cuerpo a cuerpo eran lentos, torpes y débiles,
sin embargo, su número era casi el triple que el nuestro, se
reproducen como ratas, son apestosos, y eso también juega a su favor
en un día como ese, puesto que el pudor era insoportable. Su líder
es desconocido por todos nosotros, los hombres y mujeres del norte. A
pesar de ello, en el sur sí lo conocen, y nos dirigíamos allí para
unir fuerzas con los habitantes de esa zona, cuando por sorpresa nos
cortaron el paso.
No lo había
visto desde que nos atacaron por el este, nos habíamos separado y no
tenía ni idea de donde podría estar. Lo estaba pasando muy mal,
nunca había luchado bajo estas condiciones ambientales, y me estaba
que dando sin fuerzas, no había un solo árbol en todo el valle,
hacía mucho que se desecó el río y, desde entonces, habían ido
desapareciendo poco a poco hasta que no quedó ni uno. Y por si fuera
poco, los carros con las provisiones habían sido destruidos, “como
ellos no necesitan comer en dos o tres días…”, pensé. La
cosa iba mal y yo no daba con él. Decidí moverme hacia el
lado este, en contra de la corriente de thures que se nos venían
encima. Con mi espada en la mano y la lanza en la otra, me adentré
en el mar de bestias que nos empujaban. Fienir estaba por detrás de
mí, y con un silbido le indiqué que me siguiera, me era necesario
un pequeño apoyo para atravesarlos. Fue arduo y muy temerario, y
además nos costó muchísimo llegar al vado del este. Pero no podía
seguir sin saber nada de él. Y sin embargo, tras el esfuerzo,
ninguno de los nuestros recordaba haberle visto desde que pasó la
mitad de la mañana. Empezaba a preocuparme. A preocuparme por si
estaba bien, a preocuparme por si no lo volvería a ver, a
preocuparme por nuestra suerte, a preocuparme por la suerte de los
nuestros, a preocuparme por… Cuando me di cuenta no pude creerlo. A
lo lejos, en el horizonte atravesado por una cresta abrupta,
peligrosa y muy escarpada, puede vislumbrar una figura demasiado
familiar que se movía ágilmente, dando saltos entre rocas y rocas,
dejándose caer para llegar a otras superficies y que de vez en
cuando desaparecía detrás de algún peñasco. Lo que realmente me
preocupaba es que llevaba detrás de sí una ristra de enemigos que
le pisaban los talones. No dudé un segundo, giré en torno a mí
misma y, fijándome en todo lo que veía, pude encontrar lo que
buscaba. Me costó varios minutos llegar, abriéndome paso a través
de los enemigos, adonde estaban unos de nuestros mejores arqueros.
Los liberé de sus combatientes junto con Fienir, y les pedí que me
siguieran hasta donde me dirigía.
Tras una dura
lucha a favor de la misma corriente que antes se interponía en mi
camino, conseguí llegar al lado de un despunte del terreno,
constituido por varias rocas del tamaño de caballos, apiladas por la
naturaleza unas junto a otras elevándose sobre el nivel del resto
del valle; ese era el mejor lugar desde el cual podríamos disparar a
sus perseguidores. Tras indicarles el objetivo, pedí a Fienir
que les ayudara y, justo después, me dirigí yo misma hacia aquella
cresta.
Logré enfilar la
cresta más escarpada con el fin de conseguir una buena posición
desde donde poder distinguir mi objetivo. Mi intención era encontrar
a su líder. El terreno era muy abrupto, tan inclinado que si me
descuidaba tan solo un segundo caería sobre un lecho de rocas tan
afiladas que podrían dejarme hecho picadillo. Todavía no había
empezado a trepar, cuando me percaté de unos murmullos por encima
del estruendo de la batalla. Al girarme, me di cuenta de que me
perseguían unos pocos de esos horrendos bichos; ¿sabrían a dónde
me dirigía o se movían por el instinto de caza del que ya hablé?
No sabíamos mucho del enemigo, y menos si eran inteligentes como
para poder llegar a suponer lo primero, pero si era lo segundo, si
realmente querían darme caza movidos por su naturaleza, estaba muy
jodido. Tuve que acelerar el paso en la medida de lo posible, no se
me daba mal lo de escalar y trepar, y el aliciente de salvar el
pellejo era todo un estimulante, aún así ese terreno era odioso.
Había piedras sueltas, muchas de ellas afiladas, partes tan abruptas
que si hubiera soplado un poco de viento me habría tumbado, mas ese
día ni el viento soplaba. Fue la peor escalada de mi vida. De vez en
cuando oía, cada vez mejor, los gruñidos de esas bestias que me
perseguían, cuando se resbalaban. La batalla se estaba quedando muy
abajo y yo tenía todavía un largo camino, aún así, intenté
observar cada poco para ver si veía algo que me interesara. Pero la
mayor parte de mi cabeza estaba ahora en mis pies, que serían los
responsables de que yo siguiera con vida o no.
Tras varios
minutos, logré llegar a un buen saliente y, además, con bastante
anticipación respecto a los thures que me seguían. Vi un recodo en
el que me podría ocultar y así lo hice. Un momento más tarde
llegaron allí. Puede oírlos hablar, si es que hablan, en gruñidos,
supongo que discrepando sobre adónde habría ido. Eran seis,
asquerosos, voluminosos, llevaban consigo un pudor tan pestilente que
cuando llegó a mí casi me desmayo, evitando ser descubierto al
sujetarme a unas rocas. Siguieron bramando durante varios minutos,
hasta que un par de ellos se acercaron demasiado hacia el recoveco
donde me encontraba. Sin pensármelo dos veces, estiré mi brazo un
poco, con mi mano derecha señalándolos, hice aparecer mi espada,
más ancha que una pierna y lo suficiente larga para propinarles el
empujón necesario para que cayeran al precipicio. Los otros cuatro
se percataron de mi presencia tan pronto como apareció Taheo-mi
espada-, y tras encargarme de los dos que tenía más cerca, fui a
por ellos. Después de esquivar un par de estocadas conseguí abatir
a dos de ellos. La lucha fue más duradera con los restantes y,
gracias al sol que brillaba tan intensamente, logré atisbar un
destello a mi espalda por el que supe que había más de ellos detrás
de mí. Se acercaban a paso ligero, así que me liberé del último
thure y escapé como pude.
La situación
había empeorado y estaba en serios problemas, corriendo sin mirar
atrás y apretando el paso cada vez que podía. Arriesgué en varios
saltos y pude ganar algo de ventaja. Ya a lo lejos podía ver el
final de la cresta. Salté a una roca que había a mi derecha, trepé
por una hilera de pequeñas rocas y de un salto me coloqué en lo que
podría llamarse la recta final. Para cuando llegué a la terminación
del penacho me giré e hice frente a lo que me perseguía. Eran
muchos más que antes y el espacio reducido y a mi espalda, un gran
precipicio. Casi automáticamente, sin tener que pensarlo, Taheo
apareció y me preparé para la lucha. Venían hacia mí dando saltos
tanto o más ligeros que los míos, de forma semiautomática, como si
estuviera en su naturaleza correr por terrenos similares a ésos. Los
que iban delante se estaban alterando, debido a que estaban cada vez
más cerca de mí. No me quedó otra alternativa que salir a su
encuentro, pues si los esperaba allí mismo corría el riesgo de caer
al abismo. Cuando me di cuenta, ya los tenía encima.
Los pulmones me
ardían, sentía un escozor incandescente en mi garganta, tenía los
músculos de las piernas entumecidos y los brazos llenos de arañazos.
El sudor cayendo por mi frente me cegaba cada dos por tres y cada vez
había más condensación de personas y monstruos. Ya había perdido
la lanza, así que hice aparecer mi segunda espada y estocada tras
estocada me habría paso hacia mi objetivo. Justamente cuando alcé
la cabeza para situarlo, vi como las flechas de los arqueros
derribaban a unos pocos thures que empezaban a llegar a donde se
encontraba él, que se defendía como podía en lo alto del
penacho, al borde del abismo. Esta situación revivió mis ansias por
llegar hasta él, así que tome fuerzas de la nada y continué
cargando con más braveza que nunca contra aquellos que amenazaban
nuestra paz.
Conseguí llegar a
un punto más claro que el resto del terreno. Y desde ahí comencé a
trepar verticalmente hasta la cima de la cresta. Así sería un
blanco fácil para los arqueros enemigos, si los hubiera, pues si
algo teníamos a nuestro favor era que habíamos acabado con los
arqueros desde el principio debido a nuestra supremacía y letalidad
en el ataque de largo alcance. Aun así, me costaba mucho seguir
hacia arriba. Cada vez la subida era más adusta, no pensaba con
claridad suficiente en mis movimientos y en más de una ocasión me
llevé algún susto. El sudor me resbalaba por la cara y, en las
manos, hacía que me resultara más difícil sujetarme con seguridad.
Para cuando llevaba medio tramo, ya me había quitado la cota de
malla que recubría mis piernas en un resalto sobre el que pude
apoyarme, y la capa se me había desgajado. Tuve tiempo incluso para
mirar hacia atrás y observé cómo seguían comiéndonos terreno.
Nuestras tropas, cada vez más replegadas, empezaban a flaquear en
fuerzas, y la resistencia estaba cediendo desde hacía ya mucho. No
teníamos mucha esperanza. Agité la cabeza rápidamente para
sacudirme esos pensamientos y me centré en mi escalada otra vez, ya
me quedaba muy poco para llegar arriba.
Al alcanzar la
cima de la cresta y, tras tomar una gran bocanada de aire, miré a mí
alrededor y me quede perpleja. No había nada allí arriba, ni
espadas, ni cuerpos, ni señales de batalla alguna. Los pensamientos
empezaron a acumulárseme en la cabeza, todos de golpe, y me asusté
de mí misma. Tenía miedo, miedo de todo. Pero como una luz en medio
de la oscuridad, un reflejo captó mi atención. Al observar más
detenidamente vi, tras unas rocas, unas espadas tiradas por el suelo
y manchadas de sangre. Corrí hacia ellas y fue entonces cuando oí
los ruidos provocados por el choque de las espadas. Miré hacia abajo
y sobre una piedra extensa, cerca del final de la cresta, estaba él.
Diez thures le presionaban, empujándolo cada vez más hacia el
abismo. No tenía escapatoria y pronto caería si nada cambiaba la
situación. Me armé de valor y, dando un salto decidido hacía las
rocas, hice aparecer mis armas. Lo salvaría o moriría en el
intento.
Caí tan cerca de
uno de los monstruos que casi me desplomo debido a su pudor. Hice de
tripas corazón, lo ensarté por la espalda, me liberé del cuerpo
moribundo y encaré a otro. Para entonces ya tenía a varios
pendientes de mí, lo que a él le daba un respiro. A partir
de ese momento empezamos una lucha sangrienta, en la que estaba en
juego mucho más de lo que yo pensaba.
Mis piernas, tan
ateridas como estaban, ya no podían sostenerme. Mis brazos, débiles
por el cansancio, comenzaban a ceder frente a sus golpes. Estaba
rodeado, delante tenía a diez engendros sedientos de muerte; detrás,
una caída libre que asustaría hasta al más valeroso caballero de
la estirpe del rey. Intentaban presionarme para que cayera, esa había
sido su estrategia desde el principio o, al menos, eso parecía.
Comenzaron a atacarme tan pronto como me tuvieron al alcance. Tras
acabar con una tercera parte de ellos poco a poco habían conseguido
que retrocediera hasta tenerme entre la espada y el abismo. Al
parecer, ellos no estaban tan cansados como yo, y podía notarlo en
su cara, si es que se les podía decir así. Me miraban desde unos
ojos rojos, endemoniados, en los que se percibía el mal en sí
mismo. Eran criaturas casi desconocidas para nosotros desde que
llegaron a nuestra tierra, momento en el que empezaron a atacar
desordenadamente a algunos pueblos. Nos habían ido atemorizando y
habían conseguido ponerles la piel de gallina a los gobernadores de
la mayoría de aldeas. Decididos a acabar con ellos, se convocó un
consejo extraordinario, en el que decidieron ir a la guerra, pero
antes de que terminara dicha reunión, un mensajero del sur llegó, y
tras advertirles de la disposición del sur a colaborar, decidieron
que marcharíamos allí. Así que aquí nos tenéis, luchando tras
ser emboscados, perdiendo casi desde el principio por inferioridad
numérica y, para entonces, al filo de la muerte.
Todo parecía
perdido, la desesperanza se empezaba a hacer presente entre los
hombres y mujeres del norte y yo, solo en una cresta, batiéndome
contra diez thures, estaba a punto de rendirme. Y en esa situación
llegó a mi cabeza su imagen, tan clara como si la estuviera
viendo en persona. Su piel blanca como la nieve recién caída
de una nevada suave, sus cabellos castaños, lisos y deslumbrantes,
toda ella frente a mí, cautivándome como la primera vez.
Sentía un dolor profundo en el pecho que me hería hasta el alma, no
la volvería a ver. No quería aceptarlo, pero estaba perdido. Iba a
morir tarde o temprano y sería decepcionante para mis hombres, que
tanto me había costado animar para la batalla, a los que tanto
apreciaba. Mis guerreros y guerreras, tan valientes o incluso más
que su capitán, y éste iba a morir por una caída vertiginosa. Y
ellos lo harían casi sin duda, más tarde o más temprano. Todo
estaba perdido. Habíamos sido unos ilusos al pensar que podríamos
con ellos. Incluso con ayuda de los sureños, a un ejército tan
numeroso es muy difícil vencerle.
Los brazos no
aguantarían una sola estocada más, mis piernas flaquearon y, justo
tras evitar un golpe certero, resbalé. Fue entonces que todo pareció
cobrar sentido de nuevo. Como un ángel, apareció de la nada, cayó
detrás de ellos y acabó con uno antes de que me diera tiempo a
pensar en dónde me agarraría. Fue tal la alegría que brotó de mi
interior, que las fuerzas resurgieron como resurge la naturaleza tras
el invierno, solo que millones de veces más rápido. Me sentía vivo
después de todo, y comencé a luchar como nunca hasta entonces.
Nos llevó largo rato acabar con todos ellos, pero juntos éramos
prácticamente invencibles, al menos por tan pocos rivales. De vez en
cuando, durante algunos giros, o tras bloquear algunas estocadas,
nuestras miradas se encontraban, y sus ojos brillaban tanto o
más que el sol, en lo alto de la bóveda celeste, incandescente y
abrasador. Me inspiraban confianza y expresaban la alegría que
sentía de volver a verme, tanta como la mía. Pronto llegó la hora
del sufrimiento tras esa pausa, si así se puede nombrar, que reparó
mis fuerzas y diezmó mi desesperanza. Una vez que acabamos con ellos
no tuvimos tiempo ni siquiera para dedicarnos una palabra. Sonó un
cuerno en lo bajo del valle, cuyo reclamo llegó hasta nuestros oídos
e hizo temblar hasta nuestros huesos. Era el sonido de la derrota.
Era el toque de retirada.
No podía creerlo,
tras tanto tiempo resistiendo mi cabeza no daba crédito a lo que
había escuchado, a lo que todavía resonaba dentro de mi mente.
Habíamos perdido. Todo por lo que habíamos luchado estaría ahora a
su merced. No podía seguir allí arriba, tenía que bajar a como
diera lugar, y cuanto antes. Me giré, y contemplé el rostro de
aquella persona que más se había resistido a perecer. De la persona
que había logrado que el pueblo siguiera la causa, que todos
estuviéramos unidos en el peor de los momentos de nuestra historia.
El hombre que más perjudicado saldría por esto. Sus rasgos
expresaban la derrota. La luz del sol iluminaba un rostro oscurecido
por la pena. Hacía que sus arrugas fugaces por su expresión fueran
aun más profundas. Le brillaba la piel castaña, sobre la que
comenzaron a aparecer sombras. Al mismo tiempo me percaté de que la
luz del sol en mi cara también desaparecía de forma intermitente.
Levantó la cabeza hacía el cielo, y yo hice lo contrario. Observé
el campo de la batalla, surcado por sombras inmensas. Todos
dirigieron la mirada hacia el cielo, y yo los imité, no antes de
volver a mirarlo a él, cuyas facciones se había tornado de alegría.
No comprendí lo que pasaba hasta que no contemplé el cielo. En un
mar azul, sin nubes, y con el sol culminando en lo más alto,
navegaban unos animales inmensos, ligeros como las plumas,
recubiertos de un metal que de vez en cuando proyectaba los rayos del
sol sobre nuestras caras. Entonces lo comprendí.
No habíamos
perdido. Todo estaba aún por decidirse. Llegaron los refuerzos de
mano de los dragones, bajo el mando de un viejo amigo de mi familia
al que él conocía muy bien. Vhalen nos había encontrado y
con él traía a todo un ejército de dragones alados, sus bestias
favoritas; unos animales formidables. Pronto descendieron por el
oeste, y comenzaron su devastadora acometida. Todo parecía cambiar
de sentido. Nuestros hombres, abajo, saltaban y vitoreaban.
Bautizaron a su salvador como Vhalen, “Alado del Oeste” y
comenzaron a gritar su nuevo apodo a la par que iniciaron una
embestida letal desde el lado oeste, dejando al enemigo entre unas
bestias furiosas y unos hombres rabiosos.
Y él seguía a mi lado. Me giré y, posándole una mano el la
mejilla, torné su rostro hacía mí. Me dedicó una mirada que jamás
olvidaré, por lo cargada de significado que estaba, por lo
inmensamente gratificante que fue. Abrí la boca lentamente, y de
ella surgió un susurro en medio de la fogosidad de nuestros
compatriotas: “Mithroln”.
Me giró la cara
en medio del momento más feliz de mi vida, aunque no sería el
último. Susurró mi nombre en medio del bullicio que formaron
nuestros amigos, familiares y compañeros. Sentí la misma conmoción
que ella y no tuve más que añadir, con un susurro, su
nombre: Elizabeth.
Nos acercamos poco
a poco y nos besamos con la mayor pasión y euforia hasta el momento.
Ese momento que significó el comienzo de la libertad para muchos de
nosotros.