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viernes, 15 de mayo de 2015

Ay.

Se sintió desfallecer en ese momento. Fue como si todas las precauciones que había tomado a lo largo de su entrenamiento, de sus prácticas, de su vida en sí, no hubieran servido para nada.

Se sintió desfallecer en ese momento y todo lo que le rodeaba se tornó borroso. De pronto sabía donde estaba pero no era consciente de ello. Todavía le resonaban en la cabeza.

Se sintió desfallecer en ese momento y la caída parecía no tener fin. El basto vacío que se extendía bajo sus pies era inabarcable a la vista. Un espacio indefinido que lo esperaba impasible, casi desganado.

Se sintió desfallecer en ese momento, en que ella pronunció esas palabras, y todos sus miedos volvieron a la superficie. Volvieron a donde hacen daño. Volvieron a donde les era más fácil atormentarlo.

Se sintió desfallecer, en ese momento. Solo.

Cuervos.

El viento levantó polvo del yermo suelo. El hedor se introdujo por sus fosas nasales como una enfermedad letal entra en un cuerpo débil. A sus ojos acudieron lágrimas en respuesta a aquel desagradable estímulo.
A su alrededor reinaba el silencio, raramente interrumpido por algún graznar de cuervo. Cuervos. Había centenares. Cubrían toda la superficie del pequeño rellano. Si sabía lo que había debajo de ellos es por que lo había provocado él.

El sol se había ocultado tras las montañas, habían pasado las horas de más calor. Y de ahí el intenso olor que emanaba de los cuerpos. Yacían desordenadamente por el suelo, cada uno cubierto de inmensos cuervos negros que se alimentaban de la carne.

Cerró los ojos de nuevo y se concentró. Primero dejó de hacer caso a los graznidos. Después dejó que el viento quedara en segundo plano. Poco a poco, su consciencia lo iba abandonando. Ya no era él. Al menos, no era él en un recipiente físico. Ahora era él libre entre todo lo que lo rodeaba. Dejó que la sensación de fluidez lo embargara. Dejó que su esencia se mezclara con la de los árboles, con la que abandonaba los cuerpos y se apegaba a lo que había en los alrededores. Rápidamente se concentró en atraerla. Notó un leve cambio en la dirección del viento. Se empezó a levantar un ciclón y él era el centro.
La energía, al principio caótica, iba cediendo paso al orden, siguiendo unas directrices, avanzaba hacia su cuerpo inmóvil, sentado sobre una gran roca, cerca de uno de los despeños que se alzaban hasta la cima de la montaña.

La escena era digna de admirar desde el borde del precipicio, junto al sendero que llevaba a aquél rellano en la montaña. Al fondo, la pared gris, escarpada. El suelo, cubierto de grandes pájaros negros que de vez en cuando lanzaban tripas y trozos de carne y piel por los aires en su afán de comer. Y en el centro estaba él. Quieto, imperturbable. Pero él no estaba ahí. Sí su cuerpo, pero su consciencia lo había abandonado y se encontraba más abajo, observando el centenar de hombres que se disponía a ascender por el accidentado sendero.